lunes, 26 de octubre de 2015

Un perfil del tiempo prehispánico venezolano. Las 4 etapas de la Venezuela prehispánica: Paleoindio, Mesoindio, Neoindio e Indohispano©

Un perfil del tiempo prehispánico venezolano / Rafael A. Strauss K., 1991.

El siguiente es un resumen del trabajo que realicé para el Proyecto Vº Centenario, del Instituto de Estudios Hispanoamericanos, que incluye una periodificación de la historia de Venezuela. Me correspondió desarrollar lo correspondiente a su tiempo prehispánico. 

Según las evidencias arqueológicas más antiguas, la presencia humana en Venezuela se ubicaría hacia los 15.000 años a.C. a través de por lo menos tres migraciones  -de cazadores, de recolectores y de agricultores-  que fueron perfilando la vida de la Venezuela prehispánica.

Las cuatro etapas de la Venezuela prehispánica

Con el objeto de organizar el conocimiento sobre nuestro pasado cultural más remoto, la historia prehispánica de Venezuela ha sido dividida en cuatro etapas: Paleo-Indio: 20.000 a.C- 5.000 a.C. Meso-Indio: 5.000 a.C. - 1.000 a.C. Neo-Indio: 1.000 a.C. - 1500 d.C. e Indo-Hispano: 1500 d.C. hasta el presente. Una caracterización de cada una de ellas podría resumirse de la siguiente forma.

El Paleo-Indio

Los primeros pobladores de Venezuela son los descendientes de las oleadas provenientes del noreste asiático. Se trataba de cazadores de megafauna con una tecnología lítica del tipo Núcleo y Lasca, técnica que consiste en golpear una piedra contra otra  -el núcleo-  para obtener un filo tosco y lascas. Las lascas o trozos pequeños y delgados desprendidos de la piedra, fueron modificadas progresivamente hasta ser convertidas en cuchillos y raspadores. La efectividad de este instrumental parece comprobarse por las señales que presentan algunos huesos de grandes mamíferos, utilizados como plataformas para destazar. Una de las técnicas de caza desarrolladas por los paleoindios consistía en acosar al animal hasta aislarlo y darle muerte. Hay evidencias de esta práctica en sitios arqueológicos como El Jobo (Falcón), Manzanillo (Zulia) y Tupukén (Bolívar). Otra de las tácticas empleadas fue asechar al animal, herirlo con tantas lanzas arrojadas como fuera posible, seguirlo, acosarlo y, cuando se debilitaba, darle muerte interesándole algún órgano vital. En algunas zonas pantanosas y en época de lluvia, seguramente se aprovechó el pantano para inutilizar en él al animal.
El instrumental característico fue evolucionando para adaptarlo a técnicas de recolección, principalmente de tubérculos, y a la caza de animales pequeños. Una disminución progresiva de la megafauna y el aumento de la población obligarían a la invención de métodos e instrumentos más eficaces para la caza, como por ejemplo armas menos pesadas para ser arrojadas y que permitirían perforar de manera más fácil la piel del animal. Sin que desaparecieran por completo las armas y técnicas anteriores, comienza una evolución tecnológica que permitirá cazar a distancia por el aumento de la velocidad del proyectil, su precisión y su alcance. Surgen entonces la punta de proyectil en forma de dardo y el propulsor, que actuaba como una prolongación del brazo. Esta transformación tecnológica va a tener incidencias significativas pues se pudo cazar a distancia e individualmente y, por ello, aprovechar animales de menor tamaño y más veloces. 
La unidad social básica para este momento estaría constituida por microbandas de 12 a 35 miembros, cuya unión formaría bandas de entre 100 y 500 miembros. Es posible la existencia de una división sexual del trabajo. La vida de estas bandas transcurre dentro del nomadismo, modo que limitaba la producción de utensilios de difícil  transporte, además de que la mujer no debía parir sino la prole que pudiese cargar, o que se tomaran decisiones extremas en cuanto a la suerte de individuos con enfermedades o defectos que complicasen su movilización y la del grupo. La sobrevivencia dependía también de la experiencia, por lo que los ancianos, los poseedores de las artes curativas, los conocedores del medio ambiente, de las estaciones, de las especies de animales y plantas jugarían papeles sociales importantes. Es en estos momentos iniciales de la antigua Venezuela cuando comienza una significativa acumulación de conocimientos, que ya desde entonces serían transmitidos en los descansos impuestos por las duras condiciones de vida o en los rituales que seguramente comienzan a nacer por esta época; miembros del grupo se intercambiarían experiencias; se preguntarían, y hubo respuestas, acerca del paso del tiempo y de sus particularidades y el universo y acerca de esas otras gentes vecinas a ellos, y entonces, posiblemente, comenzaron a aparecer las primeras explicaciones acerca de la vida y quizá las anécdotas personales durante las gestas de caza permitieron detectar dirigentes potenciales. Estas convivencias, tal vez, alimentaron también las inquietudes artísticas de estos primeros pobladores, que entonces comenzaron a pintarlas y a grabarlas en huesos, en piedras... Se había puesto en marcha la vida social en nuestro territorio; había comenzado nuestra historia.

El Meso-Indio

Se la considera como una etapa de transición entre el Paleo-Indio y el Neo-Indio, período siguiente. La extinción de la megafauna característica de la etapa anterior, debida a cambios climáticos significativos, propicia la adopción de nuevos patrones de subsistencia. No significa esto que desaparecen por completo las antiguas prácticas  -como parece demostrarlo una industria rudimentaria de piedra tallada que hacia los 4.000-5.000 a.C. existió en la península de Paria-  sino que habría una situación de convivencia en la que comienzan a predominar los nuevos patrones, basados en una abundancia y estabilidad de recursos marinos. Las evidencias arqueológicas señalen el norte de Venezuela como un área de mayor concentración de comunidades recolectoras. Excavaciones arqueológicas realizadas en las costas de Sucre y Anzoátegui y en la isla de Cubagua parecen evidenciar el abandono de la industria lítica y la adopción de una economía basada en la recolección de productos marinos. Se tienen noticias, inclusive, de ciertas manifestaciones de la agricultura y de la confección de cerámica, elementos que caracterizarán el período siguiente.

De los datos arqueológicos parece poder inferirse que los mesoindios definieron su subsistencia en base a las siguientes alternativas: explotación de productos marinos en las zonas costeras; recolección de recursos vegetales en el interior del territorio y caza de pequeños mamíferos. En las dos primeras existiría un sedentarismo semipermanente que daría origen a las primeras manifestaciones de la agricultura. Los sitios que corresponderían a la primera alternativa se refieren a montículos formados por la acumulación de desperdicios de comidas a base de mariscos, restos de pescado, tortugas, rayas y algunos huesos de animales terrestres. Se les ha dado el nombre de basureros o concheros y están ubicados muy cerca del mar, salvo algunas excepciones. Podría decirse que la vida de los mesoindios dependía esencialmente del mar, si se tiene en cuenta la profusión de concheros, la ausencia casi total de implementos para la caza y la presencia de una tecnología para la pesca y recolección de recursos marinos, como anzuelos, pesas para redes e instrumental especializado para fabricar arpones de madera, abrir conchas y fabricar canoas con las cuales estas gentes habrían poblado algunas islas del Caribe. Este tipo de alimentación parece haber sido complementada con las carnosas pencas de la cocuiza, asadas al fuego, además de aprovechar otros recursos vegetales. La puesta en práctica de una experiencia sedentaria y la búsqueda de recursos alimenticios diferentes, propició formas primarias de agricultura pues se aprecia una explotación y domesticación de tubérculos y frutos en el interior del territorio y la continuación de una explotación intensiva de productos marinos en la costa. 
El patrón de subsistencia en el interior necesitó seguramente de un conocimiento más preciso de los ciclos biológicos de los recursos vegetales de recolección; de una especie de calendario que previera ciclos de abundancia y ciclos de escasez y de una organización social que pautaría un comportamiento como recolectores. La organización social que estuvo presente fue seguramente el resultado del perfeccionamiento de la estructura de bandas, ahora seminómadas, que se unirían durante la abundancia y se dividirían durante la escasez. A su cultura material los mesoindios debieron haber sumado cestas y otros tipos de recipientes. 
Esta situación, sin embargo, no se generaliza en todo el territorio: con estos grupos preagrícolas conviven los que conservaron pautas de pescadores-cazadores-recolectores, inclusive hasta el momento del contacto con Europa. Ello no debe interpretarse sino como una manera muy inteligente de no adoptar nuevos modos de vida  -el agrícola, en este caso-  ya que para satisfacer necesidades se contaba con abundancia de recursos, tecnología, adaptación y organización social útiles. Esta convivencia de varios modos de vida, tuvo la particularidad de que se desarrolla un intercambio principalmente de productos entre pescadores, cazadores, recolectores y agricultores. 

El Neo-Indio

Este período estará caracterizado por la agricultura, por una estabilización significativa de asentamientos humanos y por una clara diferenciación en la cerámica. La estabilización se inicia como un sedentarismo semipermanente. Además de estos indicadores principales, los neoindios construyeron montículos de piedra y tierra, objetos ceremoniales y utensilios de piedra pulida. Es una etapa generalizada de desarollo cultural que será interrumpido por la conquista europea.
El Neo-Indio ha sido presentado como el producto de una dicotomía constituida por dos centros de desarrollo cultural: uno al oriente y otro al occidente. La Venezuela neoindia oriental, cuyo centro de desarrollo se ubicaría en la cuenca del Orinoco y se caracterizaría por el predominio de la yuca como alimento básico, la cerámica modelada-incisa, con pintura blanca sobre rojo y la escasez de figurinas y utillaje ceremonial. Estas y otras características parecen relacionar a este centro con las Antillas Menores, las Guayanas y la Amazonia. La Venezuela neoindia occidental, por su parte, abarcaría los Andes y la Cuenca de Maracaibo. Hay evidencias de un marcado énfasis en los aspectos religiosos y funerarios, especialmente en algunas cuevas montañeras empleadas para el culto y enterramientos. Las "tumbas" o mintoyes se caracterizan por tener su interior "forrado" con piedras. La importancia dada a lo religioso parece poder demostrarse por las figurinas de arcilla, incensarios y objetos colgantes tallados con funciones de amuleto. El maíz como alimento básico se ha inferido por la presencia de metates y manos de moler. La cerámica aparece decorada con motivos pintados policromados rojo y negro sobre blanco y se aprecia una mayor proporción de ollas y otros recipientes con respecto al neoindio oriental. Esta tipificación cultural permitiría suponer que esta área se vinculó con Centroamérica y con los Andes Centrales. Desde estos ejes o centros culturales de la Venezuela prehispánica se producirían migraciones cíclicas o esporádicas que propiciarían la existencia de un área de contacto en la zona central en la que se combinarían rasgos orientales y occidentales. Esta hipótesis se conoce como Teoría de la H

Las últimas investigaciones arqueológicas han añadido a esta hipótesis la consideración de un tercer centro de desarrollo cultural tipificado por el Patrón Andino, relacionado con el altiplano colombiano y los Andes centrales. Este centro se caracterizaría por la existencia de céramica simple, arquitectura incipiente y un patrón de subsistencia basado en el cultivo de tubérculos de las zonas altas andinas, como ruba, papa, cuiba, oca y ulluco. La arquitectura consiste en terrazas agrícolas y bóvedas alineadas por piedras utilizadas como tumbas o mintoyes y/o silos para el almacenamiento de productos agrícolas. En los llanos occidentales se han encontrado evidencias de construcciones artificiales asociadas a la agricultura, que consisten en terraplenes, campos elevados, camellones o calzadas que funcionaban como muros de contención de las aguas en zonas anegadizas y que permitían, entre otras cosas, atravesarlas a pie. 
Hay también indicios de canales de riego en las riberas del Turbio, Tocuyo, Yaracuy, Güeque... y de agricultura de regadío entre los caquetíos de Curiana, de quienes también se conoce su práctica prehispánica de la represa o buco, de la que sacaban acequias para el riego con aguas de la sierra de San Luis; hay también indicios de canales de irrigación en las márgenes del río Mamo y en la zona del río Orinoco. 
El comercio, el arte rupestre, algunas formas de representación teatral, expresiones de tipo literario y deportivo, son otros elementos que logran ubicación significativa durante el Neo-Indio. 
El intercambio generalizado de productos fue una actividad practicada desde formas primarias hasta especializadas. La arqueología ha reportado productos naturales y artesanales en varios lugares de nuestro territorio cuya presencia sólo se explicaría por el intercambio. Se reportan datos acerca de piezas metálicas de procedencia colombiana en la costa venezolana. Hay evidencias también de que los timoto-cuica intercambiaban productos agrícolas, sal de urao y tejidos de algodón, por el pescado de grupos de filiación caribe del sur del golfo de Maracaibo. Desde las costas falconianas hubo intercambio de sal hacia el interior del territorio. Este comercio explicaría, entre otras cosas, la presencia de topónimos en sitios alejados de sus lugares de origen. La arqueología y la etnohistoria han comprobado estrechas e intensas relaciones entre las distintas sociedades de la Venezuela prehispánica y la existencia de una especie de red  comercial en la que los llanos de Barinas, Portuguesa, Cojedes y Apure serían un área geograficamente significativa de vínculos con la zona andina, la costa caribe y la cuenca del Orinoco. Asímismo, se tienen noticias de la utilización de caracoles de agua dulce como moneda y la existencia de algunos puntos de intercambio comercial prehispánico, como el mercado de pescado del Orinoco Medio, el de curare del Alto Orinoco o las playas de tortugas del río Guaviare.
En cuanto al arte rupestre se han cuantificado hasta el momento 320 lugares con gran número de petroglifos, 28 con pinturas rupestres, y 6 estaciones de conjuntos megalíticos. Su ubicación, las técnicas de confección utilizadas, la tipología de las figuras y su vinculación con material arqueológico, permiten suponer que en su gran mayoría son de manufactura prehispánica aun cuando no se ha precisado cuándo fueron hechas. Es de suponer que gracias al conocimiento acumulado acerca del trabajo de la piedra y el instrumental respectivo han debido ser recolectores avanzados y/o agricultores quienes grabaron estas piedras.
Sobre formas teatrales en la Venezuela prehispánica sólo se tiene un conocimiento impreciso que supone representaciones pantomímicas que reproducían actividades de  recolección, caza, pesca, o la imitación de animales, de personas, de fenómenos naturales, de escenas cotidianas o extraordinarias. Es posible que en estas representaciones se utilizaran algunos instrumentos musicales como la maraca del curandero adornada con plumas, o guaruras y tambores cuyos sonidos posiblemente sirvieron para la cumunicación a distancia. Estas representaciones quizá hayan sido un recurso educativo, como seguramente lo fueron las narraciones de acontecimientos que con el tiempo pasaron a formar parte del patrimonio histórico oral de cada sociedad indígena. La Bajada de Ches y Las Turas, son dos fiestas indígenas de la Venezuela contemporánea con antecedentes prehispánicos. La primera, es una ceremonia dramático-religiosa del área merideña; las Turas, proveniente de los arauacos, ayamanes y gayones, es una fiesta ritual de carácter agrícola, dedicada en la época prehispánica al dios Huracán, y que en nuestros días se celebra en la zona limítrofe Lara-Falcón. Una versión del Maremare, en el oriente del país, era una danza representada, entre otros, por los otomacos, y consistía en que un actor fingía defenderse de un tigre mientras ocho o diez indígenas cantaban y danzaban a su alrededor. 
Estas y otras expresiones del arte indígena prehispánico de Venezuela, más que manifestaciones folklóricas, deben entenderse como herencia que anualmente es rejuvenecida por el tesón sustentado en la tradición. Asímismo los mitos, expresiones nacidas de las experiencias sociales de los habitantes de la Venezuela más antigua y que acumuladas y transmitidas por siglos son hoy parte de nuestro patrimonio literario. Y es que a través de los mitos y de otros géneros literarios los aborígenes han venido explicándose y explicándonos desde los remotos predios de nuestra historia primigenia sus versiones de la vida, las creaciones culturales, la humanización de las plantas, no como animismo, que es como una antropología prestada califica esta creatividad sencillamente humana. Hay héroes anteriores a los de las estatuas y dioses anteriores a los del catecismo de los conquistadores misioneros; héroes y dioses creadores del mundo, las plantas, los ríos, los seres humanos; héroes indígenas filósofos, maestros, artesanos... representados en expresiones teatrales, o grabados en petroglifos, o insinuados en pinturas rupestres o cantados y contados como historia en canciones y mitos... Héroes como el Amalivaca de los tamanaco, con cuyo hermano Vochí creó el mundo, la naturaleza y los seres humanos; Amalivaca, el dador de todos los elementos necesarios para la vida, el creador del viento. Se le asocia estrechamente con el Quetzalcoatl mexicano, con el Viracocha peruano, con el Bochica colombiano y con el Nemquerequeteba de otros lugares. 
El deporte tuvo también sus expresiones en la Venezuela prehispánica. Es posible que algunas de las actividades de la vida cotidiana indígena hayan tenido en algún momento cierto sentido competitivo y/o de entretenimiento. El llamado juego de pelota fue una actividad claramente deportiva con varias modalidades; tuvo, además, intención sagrada y ritual. Los achaguas de Lara practicaban este juego con fines mítico-religiosos y elaboraban la pelota con el latex de un árbol parecido al del caucho. Los guajiros la fabricaban con cuero de venado y la rellenaban con algodón. En la zona suroriental se practicaba el juego inflando una vejiga de pereza, araguato o báquiro a la que daban golpes suaves para mantenerla en el aire el mayor tiempo posible. Quizá donde más se desarrolló el juego de pelota prehispánico fue entre los otomacos, estado Apure, quienes organizaban dos equipos con doce jugadores cada uno. La pelota, que sólo podía ser tocada con el hombro derecho, era grande y fabricada también con latex. Las mujeres otomacas, una vez terminadas sus labores, podían participar en el juego y usaban unas palas redondas de madera. Otros juegos de los que se tienen noticias son los de corro que se practicaban en el oriente  de Venezuela, a los que daban el nombre del animal cuyos movimientos imitaban. 
Otras características del período Neo-Indio están indicadas por formas colectivas para la organización del trabajo en los antiguos núcleos del Orinoco, los llanos, la costa centro-occidental y buena parte de la cuenca de Maracaibo, en donde la producción de alimentos se basó en un sistema balanceado de horticultura de la yuca, caza terrestre y fluvial y recolección de productos de ríos, de lagos y del mar, y dependió del cultivo de tala y quema. En la región andina y, en general, en el noroeste de Venezuela, la organización social habría sido más compleja y el uso de la tierra más eficiente pues se contó con el manejo de recursos y técnicas hidráulicos y el control político-social de la población. La manera deferencial que muestran los hallazgos en algunos cementerios prehispánicos sugiere la existencia de una compleja vida ceremonial y, en otros casos, la de una estratificación social con alguna estructura de poder central. Esta forma de organización política y social está siendo procesada por la arqueología y la etnohistoria como modo de vida aldeano cacical. Algunas de sus características definitorias, particularmente para noroccidente, serían: especialización social del trabajo, relaciones intra-aldeanas de carácter político y de parentesco y relaciones inter-aldeanas de subordinación y jerarquización de las aldeas en linajes.
Quizá podamos ejemplificar este último punto recordando a importantes dirigentes indígenas que entran en nuestra historia como defensores, en su gran mayoría, de sus tierras y sus culturas frente a las apetencias de los conquistadores. Se los llamó jefes, guerreros o caciques y por lo menos uno de ellos  -Manaure-  ya dirigía un importante cacicazgo en el área del actual estado Falcón durante las primeras décadas del siglo XVI. Conocemos nombres y hazañas de muchos de estos dirigentes para el momento de la conquista y colonización del territorio, pero desconocemos sus ascendencias; es válido suponer que éstas se remontan a fechas anteriores. Así parece revelarlo el plan de ataque que sirve a Guacaipuro y la resistencia indígena que encabeza en la zona centronorte de Venezuela, hacia la segunda mitad del siglo XVI, cuando logra convocar a un levantamiento de las sociedades gobernadas por Baruta  -su hijo mayor-  Naiguatá, Aricabacuto, Guaicamacuto, Aramaipuro, Chacao, Paramaconi, Chicuramay, Caruao, Araguare y Carapaica, entre otros, quienes reconocen a Guacaipuro como su jefe supremo. Del área nororiental se menciona a Cayaurima, cacique de los cumanagotos, y sus alianzas con otros guerreros de la zona de Cumaná para enfrentar a los conquistadres, y a otros como Doaca, Nigale, Huyapari con cuyo nombre los españoles identificaron el río Orinoco y su área en 1531 y a muchos otros como Acaprapocón y Conopoima  -quienes comandan la lucha una vez muerto Guacaipuro-  Caricuao, Cuairicuarian, la cacica guaiquerí Isabel, Morequito, Paryauta, Parnamacay, Pitijay, Sorocaima, Tiuna, Tamanaco, Terepaima... La institución indígena del cacicazgo sobrevive, deformada, durante varios años del período siguiente, hasta desaparecer en sus elementos fundamentales, al igual que otros aspectos de la cultura aborigen.
En el período Neo-Indio se visualiza una "regionalización" cultural en la Venezuela prehispánica, que expresa la consolidación de modos característicos de vida. Gráficamente, esta situación se ha expresado de la siguiente manera: Área del Orinoco Medio y Bajo, Área de la costa centro-occidental, Área del Noroeste, hoy estados Falcón, Lara, Yaracuy y parte del Zulia y Portuguesa; Área de la Región andina, desde la tierra caliente hasta los páramos; Área del piedemonte occidental de los Andes y costa sur del lago de Maracaibo y Área de la Guajira.

El Indo-Hispano

Este período se inicia con el encuentro de las culturas europeas y americanas. En lo que respecta a Venezuela continúa siendo una etapa poco estudiada de nuestro pasado cultural. La arqueología, la etnohistoria y la lingüística histórica, principalmente, han venido realizando una tarea de reconstrucción. 
En esta época la cerámica indígena se torna más sencilla por la pérdida progresiva, y en algunos casos violenta, de técnicas y estilos decorativos, a pesar de que el conquistador, por cuestiones prácticas, adoptó técnicas de la cerámica indígena.
El proceso transculturador puede visualizarse en algunas evidencias arqueológicas como piezas cerámicas fabricadas con la técnica indígena del enrollado pero con decoración y otros elementos europeos. La presencia de mayor o menor concentración de hollín en tiestos indohispanos revela, por ejemplo, dos concepciones en cuanto a la cocción de alimentos: en tanto el indígena los calentaba a las brasas o envueltos en hojas y a fuego lento, la dieta europea, abundante en granos y carne, obligaba a un mayor tiempo de cocción y, por lo tanto, a una mayor exposición del recipiente al fuego. Otro elemento del proceso de contacto lo exhibe la planta física de Nueva Cádiz, cuyas excavaciones revelaron, entre otras cosas, espacios vacíos en los que posiblemente hubo chozas indígenas construidas con materiales que no resistieron el paso del tiempo, en convivencia con casas españolas.
En general, el material arqueológico hallado en sitios indohispanos tiende a mostrar una disminución de la influencia indígena no sólo respecto de la española  -que es lo más generalizado-  sino también respecto de otras culturas europeas. Es el caso, por mencionar sólo uno, de los Castillos de Guayana (Territorio Federal Delta Amacuro) en donde además de loza y pipas de grés holandesas, loza de grés de origen alemán, candados ingleses y otros artefactos de hierro, se encontraron instrumentos indígenas asociados con el cultivo de la yuca y con actividades de caza y pesca. Esto significa que algunas técnicas y estilos cerámicos prehispánicos  -así como otros elementos de los períodos anteriores-  sobrevivieron por un tiempo a la imposición de técnicas y estilos cerámicos españoles. 
Otro aspecto vinculado con este período es la presencia de culturas africanas llegadas a Venezuela por vía de los esclavos. A pesar de la importancia de este elemento en la caracterización de este período no se han realizado estudios desde el punto de vista arqueológico, aunque existe una base documental como para emprenderlos en viejas haciendas cacaoteras y en pueblos escondidos fundados por esclavos negros que huían hacia la libertad.

En este período de nuestra historia cultural, Venezuela comienza a dejar de ser prehispánica; sus gentes y culturas desarrolladas durante siglos en la diversidad de sus paisajes han comenzado a ser sustituidos por otras gentes, otros paisajes, otros dioses, otra economía, otras lenguas... y, sin embargo, mucho de lo aborigen prehispánico traspasó las barreras de la imposición y aún permanece en la Venezuela de ahora, formando parte de la cultura criolla o en las sociedades indígenas que todavía la pueblan. Rafael A. Strauss K., octubre 1991.

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