viernes, 18 de noviembre de 2016

Folklore, por Rafael Antonio Strauss K. Diccionario de Historia de Venezuela – Fundación Polar

Folklore, por Rafael Antonio Strauss K. – Diccionario de Historia de Venezuela – Fundación Polar

Folklore /// Antecedentes.- Los estudios formales del folklore venezolano son de reciente data, aunque la preocupación por recoger las expresiones populares, es bastante antigua. Los que primero trabajan en este sentido son los propios cronistas cuya obra se constituye, por ello mismo, en una indispensable fuente de consulta. Para saber cómo se va urdiendo la madeja mestiza de la venezolanidad, es preciso partir de fray Pedro de Aguado y su Recopilación historial de Venezuela (1581). Es necesario estudiar a fray Pedro Simón Noticias historiales de la conquista de Tierra Firme en las Indias Occidentales (1627), a fray Jacinto de Carvajal Relación del descubrimiento del río Apure hasta su ingreso en el Orinoco (1647). Esto en lo concerniente a los siglos XVI y XVII. En el siglo XVIII: José de Oviedo y Baños  Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela (1723), José Gumilla El Orinoco ilustrado (1741), fray Antonio Caulín Historia corográfica,  natural y evangélica de la Nueva Andalucía (1779) y Felipe Salvador Gilij Ensayo de historia americana (1780). Una breve historia de los estudios de folklore en Venezuela podría estructurarse en 4 etapas. /// Primera etapa.- A principios del siglo XIX, se aprecia una clara vinculación entre la corriente literaria conocida como costumbrismo y lo que para el momento va a entenderse como «folklore o cuadro de costumbres», formado por ese complejo mundo de detalles que el literato entendió y caracterizó como propios del pueblo venezolano. La literatura costumbrista reflejará  en sus páginas  lo que la ciencia histórica del momento no había asumido como objeto de interés: la particularidad con la que se van perfilando pueblos y ciudades venezolanos en ese complejo proceso decimonónico de conformación de la nueva sociedad nacional. Es por ello que autores como Pedro Díaz Seijas ubican el costumbrismo venezolano como puente entre la historia y la novela y si bien aquel género participa de ambas, va a ser el llamado tradicionalismo, variante del costumbrismo, el género más  cercano o, como apunta Miguel Acosta Saignes, el género más  consecuente con la historia. La preocupación por lo nacional estará,  sin embargo, en el criollismo. Uno de sus máximos  exponentes es Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, de cuyo trabajo dice Antonio Requena: «…Poder recorrer el folklore venezolano sin exóticos lazarillos de expresión; ser capaz, como lo fue, de bucear en el alma del pueblo y extraer de allí el caudal inagotable de una ternura típica por la fusión de razas en su formación y orígenes (...) valorar debidamente las justas proporciones ambientales, localismo y costumbre, para lograr hacerlas universales…» En síntesis, se desprenderá  del costumbrismo una corriente literaria, el criollismo, otra de corte histórico como lo fue el tradicionalismo y una tercera que al decir de Acosta Saignes, se construye por el esfuerzo para conocer científicamente la cultura tradicional del país y que estará  formada por los primeros cultivadores del folklore en Venezuela. Sobresalen entre estos Nicanor Bolet Peraza y Teófilo Rodríguez, asiduos colaboradores de El Cojo Ilustrado. Esta revista (1892-1915) fue la primera publicación venezolana que incluyó, hasta su desaparición, lo folklórico con un claro sentido de las particularidades del término y de la disciplina. En 1885, sin embargo, el ambiente intelectual venezolano conocerá  las Tradiciones populares en cuya introducción su autor Teófilo Rodríguez, sin utilizar el término «folklore», apunta una serie de consideraciones que podrían asumirse como una conceptualización. Escribe: «…Sea cual fuere el grado de civilización de un pueblo, ya antiguo, ya moderno, ora poderoso y rico, ora incipiente y débil, es un hecho que jamás  deja de tener como parte integrante de sus anales, un conjunto de preocupaciones y creencias tan generalmente arraigadas, tan cuidadosamente conservadas, que llegan por sí solas a formar una como historia especial que puede subsistir y que, en efecto, subsiste, aun cuando la nación por ese pueblo constituida, se viere en el transcurso del tiempo transformada, dispersa o sometida a dominación extranjera…» Es por esta razón que Acosta Saignes califica a Rodríguez como protofolklorista. El iniciador de los estudios folklóricos en Venezuela fue Adolfo Ernst, quien primero en la revista Actas de la Sociedad Antropológica de Berlín (1889) y luego en la revista El Cojo Ilustrado (1893), publicó una serie de estrofas con el título «Para el cancionero popular de Venezuela» que, pensaría Ernst, alguien se ocuparía de estructurar científicamente algún día. El término folklore queda inscrito por primera vez en Venezuela por Arístides Rojas en El Cojo Ilustrado. Se le deben asimismo a este último, las primeras teorizaciones sobre esa disciplina y es claro que Rojas, por la contundencia de sus consideraciones, seguía muy de cerca los planteamientos que se hacían en el exterior acerca del folklore, además,  por supuesto, de sus propias conclusiones. En sus Obras escogidas (París, 1907) apunta: «…La literatura popular, cuando se refiere a la historia íntima de la familia, de la localidad y versa sobre costumbres, usos, creencias, supersticiones, tradiciones, fenómenos de la naturaleza, dichos, relatos, cantos populares, adivinanzas, refranes, el porqué popular de todas las cosas, juegos, augurios, etc., trasmitidos de una manera oral de padres a hijos, de generación en generación, es lo que constituye el ramo de los conocimientos humanos que se llama Folklore…» Además  de esta conceptualización descriptiva de la disciplina, Rojas propone, en términos generales, una metodología para «…salvar los materiales del folklore venezolano…» En el estudio del folklore, escribe, existen 2 propósitos que conducen al folklorista a un mismo fin: el conocimiento de la historia de un pueblo. «…En el uno figura la monografía, la disertación ilustrada. (...) En el otro camino el folklorista relata simplemente noticias que recoge, sin entrar en los estudios comparados: hacina y contribuye, por lo tanto, a la riqueza de la cosecha…» En 1918, José Antonio Tagliaferro funda Cultura Venezolana, revista básicamente  literaria. A pesar de que hasta 1934, fecha de su desaparición, fue constante la sección «Folklore venezolano», su contenido apenas se corresponde con lo delimitado hasta ese entonces como folklore. Ello debido, quizás,  a la generalidad como la que se justifica el plan de la revista en cuanto a incluir «…todas aquellas manifestaciones que constituyen el exponente inequívoco de nuestra cultura…» De Re Indica, la primera revista venezolana especializada en ciencias sociales, entra en circulación el mes de septiembre del mismo año que la anterior. Será  el órgano de difusión de la Sociedad Venezolana de Americanistas Estudios Libres y el  área de folklore es una de sus secciones, lo mismo que la de etnología en la cual se incluirán,  según Acosta Saignes, algunos artículos importantes para lo que se entenderá  en años siguientes como folklore. Con su cuarto número, De Re Indica deja de existir y la preocupación por el folklore, desde entonces y hasta la creación del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales, se hace más  bien individual. José E. Machado, colaborador de las revistas mencionadas, publicará  en 1919, Cancionero popular venezolano; en 1920, Centón lírico, Pasquinadas y canciones, Epigramas y corridos; en 1922, la segunda edición del Cancionero; el 11 de mayo de 1924, presenta ante la Academia Nacional de la Historia la primera disertación sobre folklore; en su exposición no sólo valorizará  el trabajo de Arístides Rojas sino que además  vincula lo que hasta ese momento era el interés venezolano por el folklore con el interés que, por el mismo, existe fuera de Venezuela, amén de exponer sus propias consideraciones: «…Señores Académicos: la invasión de nuevos elementos étnicos que la facilidad de las comunicaciones y el creciente movimiento comercial e industrial impele hacia estos lugares, llenos de promesas para lo porvenir por los múltiples dones con que los dotó la naturaleza, tiende a barrer nuestros caracteres tradicionales e históricos. (...) Se impone el deber, que llamaremos patriótico, de fijar los tipos, usos y costumbres de nuestro pasado, que si no siempre mejor (...) es el primer eslabón de la cadena que nos enlaza al porvenir…» A Machado, en la secuencia histórica, le sigue Enrique Planchart con su ensayo «Observaciones sobre el cancionero venezolano» que publica en Cultura Venezolana (1921). En la misma década, y desde el interior del país, el presbítero J.M. Guevara Carrera publica en Ciudad Bolívar Tradiciones populares de Venezuela (1925). En 1930, el crítico Rafael Angarita Arvelo publica Poesía popular, Ilustraciones del romancero castellano, Cancionero y romancero venezolano. Otro cultivador del género, Víctor M. Ovalles,  publicará  en 1935 Frases criollas y en su concepto de folklore, reaparecen los vínculos con lo literario de finales del siglo XIX. Con Eloy González  los estudios de folklore obtienen clara tendencia científica. El cursillo que dicta en 1939 a estudiantes de letras y de historia en el Instituto Pedagógico de Caracas representa, sobre todo, un importante elemento didáctico.  Acta Venezolana hará  su aparición en 1945. Se trata del boletín del grupo de Caracas de la Sociedad Interamericana de Antropología y Geografía. El folklore fue una de sus  áreas de interés, y ya en el núm. 2, Tulio López Ramírez escribía su ensayo titulado «Estudio y perspectivas de nuestro folklore». Lo significativo de este artículo, la valía del grupo editor de Acta Venezolana, Walter Dupouy, Tulio López Ramírez, José M. Cruxent, Gilberto Antolínez, Tulio Febres Cordero, entre otros, y los vínculos de ésta y de aquél con el Museo de Ciencias Naturales preparan la transición hacia una segunda etapa en los estudios del folklore en Venezuela. Es ilustrativa, por ejemplo, la definición de pueblo dada por Ramírez, en el que incluye: «…no sólo a los que llevan un vivir rural, sino también a las clases bajas urbanas y a aquellas personas que poseen una cultura suficiente pero que en muchos de sus hechos mantienen un neto carácter  tradicionalista…» Son igualmente significativos los ensayos de Francisco Tamayo de vincular lo popular con los distintos paisajes biofísicos del estado Lara y el de Miguel Acosta Saignes sobre la vivienda rural en la localidad cojedeña de Macapo, ya que proporcionan un nuevo elemento a las preocupaciones de tipo teórico del folklore. /// Segunda etapa.- La creación del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales (decreto núm. 430 del 30 de octubre de 1946) que funcionó en el Museo de Ciencias Naturales de Caracas a partir del 9 de febrero de 1947, es el hecho institucional que inaugura una segunda etapa de los estudios de folklore en Venezuela. Ese mismo año, edita su Revista Nacional de Folklore, primera publicación venezolana especializada en esa materia y de la cual sólo se editaron 2 números. Luis Felipe Ramón y Rivera, Luis Arturo Domínguez, Rafael Olivares Figueroa,  Juan Pablo Sojo, Pedro Grases, Isabel Aretz son algunos de los nuevos nombres de estudiosos del folklore venezolano, que bajo la dirección de Juan Liscano, ofrecerán  los resultados de sus respectivas labores que se caracterizan, en un primer momento, por la mera recolección de datos. En cuanto al nivel teórico, es importante el aporte de Olivares Figueroa en relación con la palabra pueblo a la que da «…más  que el sentido etimológico de la antigua lengua anglosajona folk o vulgo, el del latino populus, en su nata acepción, esto es, en cuanto comprende en sí todas las clases sociales; convencido de que el folklore no es privativo de un estrato social, sino que fluctúa, en proporción mayor o menor, en periódicas evoluciones, a través de todos; siendo una de las razones que nos han llevado a servirnos, con las obligadas precauciones, de una documentación, sobre todo oral, procedente de individuos de cultura y condición varia, lo que en cada caso revela el léxico…» A 1950 corresponde otro aporte significativo que ofrece Juan Liscano en Folklore y cultura: «…En realidad siempre ha habido folklore (...) El folklore es el conocimiento por comunión que tienen siempre determinados grupos humanos, en contraposición con el conocimiento por distinción…» Otra de sus reflexiones más  significativas es su crítica al exceso de recolección, característica ya señalada por López Ramírez. Liscano fue contundente: «…El mero recopilador de datos folklóricos y, desgraciadamente, son los más,  no debe aspirar a la denominación de folklorista, si queremos conservar alguna dignidad para este término. Es menester, para comprender el folklore, una firme base de conciencia histórica, un minimun de conocimientos intelectuales y cierta sensibilidad humana. Con tristeza apuntamos que muchos de los llamados folkloristas, no son sino verdaderos albañiles recolectores, peones del pensamiento, carentes del más  elemental sentido de la cultura y escudados detrás  de un método más  o menos feliz de clasificación…» Estas palabras revelan lo que comenzó a ser característico y que todavía lo es, de los estudios del folklore venezolano. Durante este período va a producirse la primera muestra nacional pública que como un compendio del folklore nacional o Fiesta de la Tradición se presentará  en el Nuevo Circo (17-21.2.1948) con motivo de la toma de posesión del presidente Rómulo Gallegos. Otra actividad muy importante es el cursillo que dicta el especialista Stith Thompson en el Museo de Ciencias Naturales que, al decir de Acosta Saignes, «…Orientó a muchos, puso orden en las ideas de otros y sembró inquietudes por el rigor clasificatorio y el tratamiento científico en los materiales, así como por la sistematización de los trabajos de campo…» En 1949 Francisco Carreño asume la dirección del Servicio, que, desde el 1 de julio de 1953 va a denominarse Instituto de Folklore. Antes de ello, tenemos otros elementos significativos de las últimas expresiones, quizás,  del tratamiento científico con el que se afrontaba el estudio del folklore en Venezuela; son ellos, la aparición de los Archivos Venezolanos de Folklore, del seminario fundado por Olivares Figueroa en la Universidad Central de Venezuela (1948) y la creación del departamento de Historia, bajo la dirección de José Antonio De Armas Chitty. Estos últimos pasan a formar parte del Instituto de Antropología y Geografía, fundado en 1949, el cual editará  los 4 números de Archivos bajo la responsabilidad de Ángel Rosenblat, Miguel Acosta Saignes y Rafael Olivares Figueroa. Otros aportes en la década de 1950 merecen somera referencia. El primero, de carácter  individual, se refiere al que hiciera Luis T. Laffer a la incipiente filmografía y discografía folklórica venezolana. Sus grabaciones, casi un centenar, recogen música indígena, criolla y temática  como: Bolívar cantado por su pueblo y La historia y política en el folklore venezolano. En realidad esta es la única colección discográfica  conocida grabada in situ de música tradicional venezolana. El otro aporte lo representa la primera gira nacional de El Retablo de Maravillas. Se trató de un movimiento de corte popular-nacionalista fundado por Manuel Rodríguez Cárdenas,  funcionario del  área cultural del Ministerio del Trabajo, con más  de 1.000 jóvenes trabajadores. Asume como su repertorio danzas y representaciones populares de Venezuela que fueron mostradas en giras en prácticamente  todo el país. De hecho, esta experiencia será  la segunda muestra nacional de una parte de nuestra cultura tradicional. Y por último, entre 1953 y 1955, se publican póstumamente 3 importantes trabajos de Lisandro Alvarado: Glosario de voces indígenas de Venezuela, Glosario del bajo español en Venezuela (Primera Parte) y Glosario del bajo español en Venezuela (Segunda Parte), un estudioso que, a lo largo de su vida, siempre estuvo consciente del significado histórico de la recolección de datos que ofrecen al investigador contemporáneo  pautas seguras sobre nuestro hacer popular. La concepción de su propio trabajo no deja lugar a dudas acerca del destino que quiso darle a sus consideraciones: «…Escribimos [dice] no para los sabios, sino para los hombres consagrados a las faenas agrícolas y pecuarias, alejados por lo común de toda fuente de información…» /// Tercera etapa.- Poco después de la edición de los Archivos Venezolanos de Folklore, aparecerá  el primer número del Boletín del Instituto de Folklore, nuevo nombre del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales, ahora bajo la dirección de Luis Felipe Ramón y Rivera, cuya concepción del folklore y de su estudio signará  en buena parte el trabajo en dicho Instituto. En este Boletín cuya publicación dura hasta 1955, se incorporan nuevos nombres: Pilar Almoina de Carrera, Miguel Cardona, Gustavo Luis Carrera, Abilio Reyes. Mientras los esposos Carrera se ocupan del Folklore literario, Miguel Cardona se especializa en el folklore material (sus trabajos están  recogidos en un libro póstumo: Temas de folklore) y Abilio Reyes en las danzas y fiestas populares. En mayo de 1968, dirigida por Luis Felipe Ramón y Rivera, circula el primer número de la Revista Venezolana de Folklore como órgano del Instituto de Folklore dependiente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, y que, en 1972, cambia su nombre por el de Instituto Nacional de Folklore. En esta revista, de la cual circulan 4 números, se publican trabajos de un gran número de estudiosos de todo el país. En 1971, se crea el Instituto Interamericano de Etnomusicología y Folklore, dirigido por Isabel Aretz hasta 1985 y en 1972, el Museo Nacional de Folklore. Para la capacitación, principalmente de docentes, en las  áreas del folklore, funcionará  el Centro de Formación Técnica (CEFORTEC, 1972-1977). Isabel Aretz, en su Manual de folklore venezolano, ve en el folklore la cultura empírica del pueblo transmitida por vía oral; afirma que «…Los hechos folklóricos, no importa su origen, tienen una individualidad inequívoca y forman un paquete cultural, como los que se distinguen en Etnografía cuando se estudian las culturas indígenas…» Esta visión sincrónica y descriptiva es la que va a caracterizar los estudios del folklore. A pesar de esto, el interés por lo popular durante la década de 1960 no va a estar supeditado a esta institucionalización, que el Estado venezolano consolida en los entes arriba mencionados para el estudio del folklore. A lo largo de la década y extendiéndose hasta 1985, se van a dar una serie de hechos, que van a ser respuestas críticas, mas no conectadas entre sí, al estancamiento en el que han quedado atrapados los estudios del folklore en Venezuela. Para decirlo en palabras de Miguel Otero Silva  escritas en 1979: «…el folklore se ha circunscrito a su condición de materia de estudio (...) Nosotros creemos firmemente que, en tanto los museos, las bibliotecas, las orquestas, la radio, la televisión, el cine, el teatro y el folklore existan al margen del pueblo, de los barrios, de la provincia, en tanto no se le adjudique al pueblo su papel creador, nuestros organismos estatales de cultura no sobrepasarán  los límites burocráticos  ni dejarán  de desenvolverse como estériles laboratorios…» Una muestra de aquellos hechos debemos comenzarla con el Congreso Cultural de la ciudad de Cabimas, celebrado en diciembre de 1970. Si bien su temática  no se refirió específicamente a lo folklórico, las ponencias y resoluciones sobre la situación social, económica, política y cultural discutidas en él van a suministrar elementos objetivos que se retomarán,  años después, en una discusión todavía vigente, sobre cultura popular en general y sobre cultura popular venezolana en particular. En junio de 1976, se celebra en Tovar, el Primer Encuentro de Organismos y Trabajadores de la Cultura del occidente del país; en diciembre de 1977, se celebró en Barquisimeto el Encuentro por la Defensa Nacional de la Cultura Aquiles Nazoa, cuya célebre frase «Creo en los poderes creadores del pueblo», va a fungir de guía en éste y muchos otros eventos nacionales y locales, entre los que sobresalen el Encuentro de Calabozo y el Encuentro Nacional Estudiantil y de Trabajadores de la Educación celebrado en Mérida entre el 1 y el 4 de junio de 1978. En mayo del mismo año, se da en el Zulia el Encuentro de Maracaibo y en julio, en Barquisimeto, se instalan las Primeras Jornadas Nacionales de Antropología Crítica. El 17 de julio de 1979 se inaugura en Caracas la Primera Jornada sobre el Indígena y la Identidad Nacional. En abril de 1980, en un acto de calle celebrado en Caracas, se da a conocer la Fundación Nacional de la Cultura Popular, actualmente transformada en Federación. Hacia finales de mayo de 1981 se anuncia la celebración de las Jornadas de la Cultura Negra; para noviembre de ese año se prepara el Festival de la Otra Cultura, en el Parque del Este y ese mismo mes, se celebra el Primer Seminario de Promoción Cultural y Comunicación Alternativa. Los Encuentros Nacionales de Animadores Culturales-Plan Sebucán  y el Primer Congreso Interamericano de Etnomusicología y Folklore fueron eventos organizados por instituciones culturales del Estado venezolano en 1983. Su importancia histórica estriba en que la tendencia de la mayoría de las ponencias y sobre todo, de las conclusiones de los trabajos de mesa, van a destacar la característica marcadamente descriptiva de los estudios del folklore y el eventismo en el que cayera lo que se denominará  la «cultura popular oficial». /// Cuarta etapa.- Por resolución del 20 de junio de 1985, el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), crea la Comisión Reestructuradora del Instituto Interamericano de Etnomusicología y Folklore, del Instituto Nacional de Folklore y del Museo Nacional de Folklore, integrada por J.M. Cruxent, Erika Wagner y Rafael Strauss. Como resultado de una exhaustiva investigación, la Comisión recomendó a la Presidencia del CONAC la unificación de los 3 entes en lo que se denominaría Centro para el Estudio de las Artes y Tradiciones Populares. A principios de la década de 1990 esta institución se constituiría en la Fundación de Etnomusicología y Folklore (FUNDEF). Hacia finales de 1985 se tuvieron noticias de la creación de FUNDAMOS o Fundación Miguel Otero Silva, una de cuyas  áreas de interés sería la cultura popular. Y por la misma época,  creo el CEDOCUPO o Centro Documental de la Cultura Popular, en la Universidad Central de Venezuela (escuelas de Historia y de Educación, principalmente). El Ateneo de Caracas, por su parte, ha celebrado ya varias jornadas significativas en las cuales la cultura popular tradicional y la cultura popular urbana han constituido el centro de interés. Fuera de Caracas, han venido dándose  también acciones de reinterpretación teórico-práctica  de lo que, a partir de la década de 1970, ha venido denominándose, dentro del marco de una sana y fructífera discusión, “cultura popular”. [Nota: 1) Por su extensión, se omite la bibliografía; 2) hay versión en inglés, que también publicamos]

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