Venezuela Prehispánica, por Rafael A. Strauss K. Capítulo
I del libro Historia mínima de Venezuela.
Fundación de los Trabajadores de Lagoven, Cromotip, Caracas, 1992, pp. 15-33. Coautores
de Historia mínima de Venezuela: Elías
Pino Iturrieta, Rafael Strauss K., Arístides Medina Rubio, Leticia Vaccari,
Manuel Pérez Vila, Irene Rodríguez Gallad, Manuel Rodríguez Campos, Pedro
Felipe Ledezma, Ramón J. Velásquez. 1993.
Orígenes
El poblamiento de lo que
actualmente conocemos como territorio venezolano guarda estrecha relación con
el poblamiento de América. Para explicar este punto se han planteado, por lo
menos, cinco teorías: la del origen autóctono, la del origen africano -actualmente indefendibles- la del origen único, que expone como elemento
esencial la presencia de un importante núcleo proveniente de Asia, del que se
formaría una sola raza con diferencias sub-raciales; una cuarta teoría,
conocida como del origen oceánico, que atribuye al elemento polinesio el factor
esencial del poblamiento americano y un quinto planteamiento, conocido como
teoría del origen múltiple, que sustenta la tesis difusionista de un poblamiento
a través de cuatro oleadas: australiana, malayo-polinesia, esquimal y asiática.
Sin embargo, y a pesar de que el cuerpo de consideraciones acerca del
poblamiento de América continúa teniendo carácter provisional, parece evidente
que los pobladores del continente americano son de origen asiático y es posible
asegurar, por ejemplo, que los elementos predominantes proceden de la Siberia
oriental y que el poblamiento de América se produjo mediante pequeñas oleadas
que cruzando por el estrecho de Bering llegan hasta Alaska, se dirigen hacia
las llanuras centrales norteamericanas siguiendo luego hacia los actuales
territorios de México, Centroamérica y Suramérica.
Una base de esta consideración
es que hace aproximadamente 70.000-60.000 años, vastos territorios del centro y
este asiático se convirtieron en zonas áridas por transformaciones climáticas
profundas, lo que obligó a que grandes manadas de bisontes gigantes, mamutes y
otras especies se dirigieran hacia el oriente en busca de nuevos pastizales, seguidas
por bandas de cazadores que dependían de esta megafauna. Las características
geográficas del paisaje y circunstancias climáticas que presentó en varios
momentos parecen haber aliviado lo que debemos imaginar como viajes sumamente
difíciles. En efecto, durante el Pleistoceno, o primera fase del Cuaternario y
hacia el período final de la última glaciación
-alteración de la superficie sólida de la tierra por la erosión y
sedimentación producidas por el hielo-
el nivel de los oceános era mucho menor al actual, de tal forma que
entre Asia y América, hoy separadas por el estrecho de Bering, pudo haber
aflorado una franja de tierra, en dirección norte-sur y que ha sido calculada
en unos 1000 km, que permitiría el paso de migraciones de animales y seres humanos
hacia América. El estrecho de Bering tiene hoy 92 km de ancho mínimo, unos 200
km de extensión, una profundidad máxima de 90 m y dos islas, las Diomede,
situadas más o menos hacia su centro.
Esta migración obligada, a pie
y/o por mar con embarcaciones rudimentarias, supone grupos humanos que para
enfrentar principalmente las variaciones climáticas con las que convivieron, ya
utilizaban el fuego, poseían destrezas en el manejo de armas de piedra, una
mínima indumentaria de pieles de animales y cierta fortaleza física,
complementada por el consumo de carnes y de grasas animales. Es posible que en
épocas menos frías y tomando varias rutas dentro ya del continente americano,
estos grupos humanos -ahora más numerosos
y mejor organizados- emprendieran migraciones
hacia otros paisajes en los que continuaron especializando su vida cultural.
Esto ocurriría hace 35.000 años aproximadamente.
Poblamiento
prehispánico de Venezuela
Según las evidencias
arqueológicas más antiguas, la presencia humana en Venezuela se ubicaría hacia
los 15.000 años a.C. Su poblamiento prehispánico parece ser el resultado de por
lo menos tres migraciones -de cazadores,
de recolectores y de agricultores- que
fueron perfilando la vida de la Venezuela prehispánica.
Una síntesis sobre dicho
poblamiento plantea la existencia de dos grandes ejes migratorios norte-sur:
uno al occidente y otro al oriente. A través del primero habrían ingresado
influencias culturales de Centroamérica y del oeste suramericano; a través del
segundo lo habrían hecho influencias provenientes del este y del noreste de
Suramérica. En el centro, y por influencia de migraciones, habría ocurrido un
intercambio de elementos de uno y otro eje. Esta hipótesis se ha difundido como
Teoría de la H, y se la acepta pero con algunas modificaciones. Gráficamente
hablando, el eje occidental correspondería al trazo izquierdo de la H, en tanto
que el eje oriental correspondería a su trazo derecho. Las rectificaciones a
esta hipótesis plantean que más que una rígida barra horizontal se trataría más
bien de una serie de líneas para representar las diversas migraciones y vías de
difusión internas.
El poblamiento de la Venezuela
prehispánica así concebido ha permitido plantear la hipótesis de que estas dos
grandes rutas migratorias habrían dado origen a lo que se ha denominado
dicotomía cultural de Venezuela, sustentada en dos centros de desarrollo
cultural: uno al oriente y otro al occidente. Sus características y las más
recientes consideraciones al respecto las esbozaremos más adelante.
Las cuatro etapas de
la Venezuela prehispánica
Con el objeto de organizar el
conocimiento sobre nuestro pasado cultural más remoto y sus momentos más
significativos, la historia prehispánica de Venezuela ha sido dividida en
cuatro etapas. Las fechas señaladas para cada una de ellas no son sino
divisiones cronológicas aproximadas, que más bien pretenden mostrar que los
logros materiales y no materiales en la Venezuela prehispánica fueron el
resultado de milenios de adaptación de sus habitantes al medio ambiente natural
y social. Es por ello que se destacan los cambios ambientales y sociales
significativos ocurridos a través de las siguientes etapas: Paleo-Indio:
20.000-5.000 a.C. Meso-Indio: 5.000-1.000 a.C. Neo-Indio: 1.000 a.C.-1.500 d.C.
e Indo-Hispano: 1.500 d.C. hasta el presente.
Paleo-Indio
Los primeros pobladores de
Venezuela proceden del norte de América, y son descendientes, a su vez, de
aquellas oleadas pobladoras provenientes del continente asiático. Al igual que
ellas, estaban constituidas esencialmente por cazadores de grandes mamíferos y
eran poseedores de utensilios de piedra. Durante mucho tiempo estos grupos
convivieron con una megafauna compuesta principalmente por mastodontes,
caballos, megaterios y gliptodontes. Hacia los 12.000 años a.C. una mayor
humedad y flora más abundante permitirían la sobrevivencia de los herbívoros de
la megafauna. Estas bandas ingresan a nuestro territorio con una tecnología
lítica del tipo Núcleo y Lasca, técnica que consiste en golpear una piedra contra
otra -el núcleo- para obtener un filo tosco y lascas. Con
estos instrumentos, además, van a ser trabajados la madera, fibra, hueso, cuero
y conchas marinas. Las lascas, que no son sino trozos pequeños y delgados
desprendidos de la piedra, fueron modificadas progresivamente hasta
convertirlas en cuchillos y raspadores. La efectividad de este instrumental
parece comprobarse por las señales que presentan algunos huesos de grandes
mamíferos, utilizados como plataformas para destazar, lo que posiblemente
permita inferir la práctica del descuartizamiento y la selección de
"cortes" en el mismo sitio de la cacería. La presencia de
"martillos" de piedra y algunos huesos triturados parece indicar el
consumo de la médula ósea. Una de las técnicas de caza desarrolladas por
nuestros antepasados paleoindios consistía en acosar a uno o varios animales
hasta aislarlos y darles muerte con palos afilados y artefactos de piedra
enmangados. Hay evidencias de esta práctica en sitios arqueológicos como El
Jobo (Estado Falcón), Manzanillo (Estado Zulia) y Tupukén (Estado Bolívar).
Otra de las tácticas empleadas consistía en asechar al animal, herirlo con
tantas lanzas arrojadas desde lejos como fuera posible, seguirlo, acosarlo, y
cuando se debilitaba darle muerte interesandole un órgano vital. En algunas
zonas pantanosas y en época de lluvia, seguramente se aprovechó el pantano para
inutilizar en él al animal.
El instrumental básico
característico fue evolucionando para adaptarlo a técnicas de recolección de
alimentos vegetales, principalmente tubérculos, y a la caza de animales más
pequeños. Una disminución progresiva de los grandes animales y el aumento de la
población obligarían a la invención de métodos e instrumentos más eficaces para
la caza, como por ejemplo armas menos pesadas que podían ser arrojadas y que
permitían perforar de manera más fácil la piel del animal. Seguidamente, y sin
que desaparecieran por completo las armas y técnicas anteriores según lo
demuestran sitios arqueológicos como el de Taima-Taima (Estado Falcón),
comienza una evolución tecnológica hacia instrumentos que permitieron cazar a
distancia por el aumento de la velocidad del proyectil, su precisión y su
alcance. Dos buenos ejemplos serían la punta de proyectil en forma de dardo y
el propulsor, que actuaba como una prolongación de la "palanca"
constituida por el brazo y el antebrazo. Esta transformación tecnológica va a
tener incidencias significativas pues desde entonces se pudo cazar a distancia
e individualmente y, por ello, aprovechar animales de menor tamaño y más
veloces como venados y roedores. Hacia 9.000 años antes del presente el arco y
la flecha facilitaron la caza de aves, peces y animales terrestres pequeños,
especies escasamente explotadas antes como fuente de alimentación.
La unidad social básica de
estos primeros habitantes de nuestro territorio estaría constituida por la
microbanda, de 12 a 35 miembros, cuya unión formaría bandas de entre 100 y 500
miembros. Es posible la existencia de una división sexual del trabajo mediante la
cual los hombres se encargarían de la cacería y de la fabricación de los
artefactos para esta actividad, en tanto que las mujeres harían labores de
recolección, de crianza y de confección de la indumentaria. La vida de estas
bandas transcurre dentro del nomadismo, modo que limitaba, por su naturaleza
misma, la producción de utensilios difíciles de transportar, además de que la
mujer no debía parir sino la prole que pudiese cargar, o que se tomaran
decisiones extremas en cuanto a la suerte de individuos con enfermedades o
defectos que complicasen su movilización. La sobrevivencia dependía también de
la experiencia, por lo que los ancianos, los poseedores de las artes curativas,
los conocedores del medio ambiente, de las estaciones, de las especies de animales
y plantas jugarían papeles sociales importantes. Es en estos momentos iniciales
de la antigua Venezuela cuando comienza una significativa acumulación de
conocimientos que ya desde entonces serían transmitidos oralmente por la vía de
la enseñanza directa e indirecta: en los descansos impuestos por las duras
condiciones de vida o en los rituales que seguramente comienzan a nacer en este
momento, los miembros de las bandas se sentarían a intercambiarse experiencias
sobre la caza y la recolección de vegetales; a preguntarse y a responderse por
el cambio de las estaciones y sus particularidades y por el universo y por el
paso del tiempo y por esas otras gentes vecinas a ellos, y entonces,
posiblemente, comenzaron a aparecer los primeros mitos; y quizá las anécdotas
personales durante las gestas de caza permitieron detectar dirigentes
potenciales. Quizá estas convivencias también alimentaron las inquietudes
artísticas de estos primeros pobladores, que entonces comenzaron a pintarlas y
a grabarlas en huesos, en piedras... Estaba en marcha el inicio de la vida
social en nuestro territorio; había comenzado nuestra historia.
Meso-Indio
Se la considera como una etapa
de transición entre el Paleo-Indio y el Neo-Indio. La extinción de la megafauna
característica de la etapa anterior, debida principalmente a cambios climáticos
significativos, propicia la adopción de nuevos patrones de subsistencia. No
significa esto que desaparecen por completo las antiguas prácticas -como parece demostrarlo una industria
rudimentaria de piedra tallada que hacia los 4.000-5.000 años a.C. existió en
la península de Paria- sino que habría
una situación de convivencia en la que comienzan a predominar los nuevos
patrones, basados, seguramente, en una aparente abundancia y estabilidad de los
recursos provenientes del mar. No es casual, por ejemplo, que las evidencias
arqueológicas señalen el norte de Venezuela como un área de mayor concentración
de comunidades recolectoras. Excavaciones arqueológicas realizadas en las
costas de Sucre y Anzoátegui y en la isla de Cubagua parecen evidenciar el
abandono de la industria lítica y la adopción de una economía basada en la
recolección de productos marinos. Se tienen noticias, inclusive, de ciertas
manifestaciones de la agricultura y de la confección de cerámica, elementos que
caracterizarán el período siguiente.
Las evidencias arqueológicas
parecen permitir la inferencia de que los mesoindios definieron su subsistencia
en base a las siguientes alternativas: explotación de productos marinos en las
zonas costeras; recolección de recursos vegetales en el interior del territorio
y caza de pequeños mamíferos. En las dos primeras existiría un sedentarismo
semipermanente que daría origen a las primeras manifestaciones de la
agricultura. Los sitios que corresponderían a la primera alternativa se
refieren a montículos generalmente de forma ovalada y superficie plana,
conformados por la acumulación de desperdicios de comidas a base de mariscos,
restos de pescado, tortugas, rayas y algunos huesos de animales terrestres. Se
les ha dado el nombre de basureros, concheros o montículos de conchas y están
ubicados muy cerca del mar, salvo algunas excepciones. Podría decirse que la
vida de los mesoindios dependía esencialmente del mar, si se tiene en cuenta la
profusión de concheros, la ausencia casi total de implementos para la caza y la
presencia de una tecnología para la pesca y recolección de recursos marinos,
como anzuelos, pesas para redes e instrumental especializado para fabricar
arpones de madera, abrir conchas y fabricar canoas con las cuales estas gentes
habrían poblado, entre otros sitios, algunas islas del Caribe, lo que parece
indicar un conocimiento mesoindio del mar y sus posibilidades. La alimentación,
esencialmente a base de productos marinos, parece haber sido complementada con
las carnosas pencas de la cocuiza asadas al fuego además de aprovechar otros
recursos vegetales. Así se infiere por la presencia de metates y manos de
moler, morteros y restos de algunas frutas.
Se percibe en este
modo de vida una acumulación de cierta experiencia sedentaria que, sumada a la
posible búsqueda de recursos alimenticios diferentes, propició formas primarias
de agricultura. Se aprecia una situación de convivencia que estaría
representada esencialmente por la explotación y domesticación de tubérculos y
frutos en el interior del territorio con la continuación de la explotación
intensiva de productos marinos en la costa.
El patrón de
subsistencia en el interior necesitó seguramente de un conocimiento más preciso
de los ciclos biológicos de los recursos a ser recolectados (frutas, semillas,
miel, huevos de tortuga, granos, etc.); de una especie de calendario que
previera ciclos de abundancia y ciclos de escasez; de conocimientos
topográficos más precisos y de una organización social que pautara su
comportamiento como recolectores. La organización social que estuvo presente
fue seguramente el resultado del perfeccionamiento de la estructura de bandas,
ahora seminómadas, que se unirían durante la abundancia y se dividirían durante
la escasez. A su cultura material debieron haber sumado cestas y otros tipos de
recipientes, dentro de este nuevo carácter del modo de vida seminomádico y del
perfeccionamiento del conocimiento sobre escasez y abundancia, reproducción de
tubérculos y de otras plantas.
Esta situación, sin
embargo, no es general en todo el territorio: con estos grupos preagrícolas
hubo otros que conservaron las pautas de pescadores-cazadores-recolectores,
inclusive hasta el momento del contacto con Europa. Ello no debe interpretarse
de otra manera sino como una forma muy inteligente de no adoptar nuevos modos
de vida -el agrícola, en este caso- ya que para satisfacer necesidades se tenía abundancia
de recursos, tecnología y organización social útiles y una adaptación. Lo que
existe es la convivencia de varios modos de vida, con la particularidad de que
se desarrolla un intercambio de cultura y de productos entre pescadores,
cazadores, recolectores y agricultores obteniéndose entonces un generalizado
beneficio mutuo.
Neo-Indio
Este período estará
caracterizado, esencialmente, por la agricultura, por una estabilización
significativa de los asentamientos humanos y por una clara diferenciación en la
cerámica. La estabilización se inicia bajo la forma de un sedentarismo
semipermanente mediante el cual el nomadismo comienza a circunscribirse a una
zona más o menos extensa. Además de estos indicadores principales, los
neoindios construyeron montículos de piedra y tierra, objetos ceremoniales y
utensilios de piedra pulida. Es una etapa generalizada de desarrollo cultural
que será violentamente interrumpido por la conquista europea.
El Neo-Indio ha sido
presentado como el producto de una dicotomía constituida por dos centros de
desarrollo cultural: uno al oriente y otro al occidente. La Venezuela neoindia
oriental, cuyo centro de desarrollo se ubicaría en la cuenca del Orinoco,
parece poder caracterizarse por el predominio de la yuca como alimento básico,
lo que se infiere por los hallazgos de budares de arcilla utilizados para su preparación;
asimismo, por la cerámica modelada-incisa con la técnica de la pintura blanca
sobre rojo y la presencia poco significativa de figurinas y utillaje
ceremonial. Estas y otras características parecen relacionar a este centro con
las Antillas Menores, las Guayanas y la Amazonia. La Venezuela neoindia
occidental, por su parte, abarcaría los Andes y la Cuenca de Maracaibo. Hay
evidencias de un marcado énfasis en los aspectos religiosos y funerarios,
especialmente en algunas cuevas de las montañas que fueron empleadas para el
culto y enterramiento. Las "tumbas" se caracterizan por tener su
interior "forrado" con piedras (mintoyes). La importancia dada al
elemento religioso parece poder demostrarse por las figurinas de arcilla,
incensarios y objetos colgantes tallados con funciones de amuleto. El maíz como
alimento básico se ha inferido por la presencia de metates y manos de moler. La
cerámica aparece decorada con motivos pintados policromados rojo y negro sobre
blanco y se aprecia una mayor proporción de ollas y otros recipientes con
respecto al centro oriental. Esta tipificación cultural permitiría suponer que
esta área se vinculó con Centroamérica y con los Andes Centrales. Desde estos
ejes o centros culturales de la Venezuela prehispánica se producirían
migraciones cíclicas o esporádicas que propiciarían la existencia de un área de
contacto en la zona central en la que se combinarían rasgos orientales y
occidentales.
Las últimas
investigaciones arqueológicas han añadido a esta hipótesis la consideración de
un tercer centro de desarrollo cultural tipificado por el Patrón Andino, con
significativas relaciones culturales con el altiplano colombiano y los Andes
centrales. Este centro se caracterizaría por la existencia de una céramica
simple, arquitectura incipiente y un patrón de subsistencia basado en el
cultivo de tubérculos de las zonas altas andinas, como la papa, la ruba, la
cuiba, la oca, el ulluco. La arquitectura consiste en construcciones como
terrazas agrícolas y bóvedas alineadas por piedras (mintoyes) utilizadas como
tumbas y/o silos para el almacenamiento de productos agrícolas. En los llanos
occidentales se han encontrado evidencias de construcciones artificiales
asociadas a la agricultura, que consisten en terraplenes, campos elevados,
camellones o calzadas que funcionaban como muros de contención de las aguas en
zonas anegadizas y que permitían, entre otras cosas, atravesarlas a pie.
Hay también indicios
de canales de riego en las áreas ribereñas de los ríos Turbio, Tocuyo, Yaracuy,
Gueque... y de agricultura de regadío entre los caquetíos, cuya zona de Curiana
servirá de asentamiento, en tiempos coloniales, para la fundación de Coro. De
los caquetíos también se conoce su práctica prehispánica de la represa, o buco,
de la cual sacaban acequias principalmente para el riego con aguas de la sierra
de San Luis (estado Falcón); hay también indicios de canales de irrigación en
las márgenes del río Mamo y en la zona del río Orinoco en la que el riego
artificial se lograba con el agua superficial.
El comercio, el arte
rupestre, algunas formas de representación teatral, expresiones de tipo
literario, el deporte son otros elementos aborígenes que logran una ubicación
significativa durante el Neo-Indio.
El intercambio
generalizado de productos fue una actividad practicada desde sus formas
primarias hasta las que al parecer incluyeron una especialización en lo que se
intercambiaba. La arqueología ha reportado productos naturales y artesanales en
varios lugares de nuestro territorio cuya presencia sólo se explicaría por el
intercambio, cuya base debemos suponerla en la intensa actividad de viajes,
movilizaciones humanas, visitas de reconocimiento en búsqueda de nuevos parajes
y ataques de unos grupos por otros. La arqueología reporta datos de piezas
metálicas de procedencia colombiana en la costa venezolana. Hay evidencias
también de que los timoto-cuica (Andes) intercambiaban productos agrícolas, sal
de urao y tejidos de algodón por el pescado de los grupos de filiación caribe
del sur del lago de Maracaibo. Desde las costas falconianas, al parecer, hubo
un intercambio de sal hacia el interior del territorio. Este comercio,
seguramente intenso, explicaría, entre otras cosas, la presencia de topónimos
en sitios bastante alejados de sus lugares de origen. La arqueología y la
etnohistoria han comprobado las estrechas e intensas relaciones entre las
distintas sociedades de la Venezuela prehispánica y la existencia de una
especie de red del comercio en la que los llanos de Barinas, Portuguesa,
Cojedes y Apure serían un área geográficamente significativa de vínculos con la
zona andina, la costa caribe y la cuenca del Orinoco. Así mismo, se tienen
noticias de la utilización de caracoles de agua dulce como moneda y de la
existencia de algunos puntos de intercambio comercial prehispánico, como el
mercado de pescado del Orinoco Medio, el de curare del Alto Orinoco o las
playas de tortugas del río Guaviare.
En cuanto al arte
rupestre nuestra arqueología ha cuantificado hasta el momento 320 lugares con
gran número de petroglifos (rocas con grabados), 28 con pinturas rupestres, 6
estaciones de conjuntos megalíticos compuestos por menhires (rocas verticales
en fila, algunas con grabados) y otras expresiones artísticas rupestres
diseminadas por casi toda la geografía venezolana. Su ubicación, las técnicas
de confección utilizadas, la tipología de las figuras y su vinculación con
material arqueológico, permiten suponer que en su gran mayoría son de
manufactura prehispánica aun cuando no se ha precisado cuándo fueron hechas. A
pesar de ello es de suponer que gracias al conocimiento acumulado acerca del
trabajo de la piedra y el instrumental respectivo han debido ser recolectores
avanzados y/o agricultores quienes seguramente hicieron los petroglifos.
Sobre formas teatrales
en la Venezuela prehispánica sólo se tiene un conocimiento impreciso que supone
representaciones pantomímicas -sólo con
figuras y gestos, sin palabras- que
seguramente reproducían las actividades de subsistencia como la recolección, la
caza, la pesca, o la imitación de animales, de personas, de fenómenos
naturales, de escenas cotidianas o extraordinarias. Es posible que en estas
representaciones se utilizaran algunos instrumentos musicales indígenas como la
elegante maraca del curandero adornada con bellísimas plumas para sus actos de
curación y sortilegios, o guaruras y tambores cuyos sonidos sirvieron además
para la comunicación a distancia. Estas representaciones quizá hayan sido un
recurso educativo, como seguramente lo fueron las narraciones de acontecimientos
que con el tiempo pasaron a formar parte del patrimonio histórico oral de cada
sociedad indígena. La Bajada de Ches y Las Turas, son dos fiestas indígenas con
antecedentes prehispánicos. La primera, es una ceremonia dramático-religiosa
del área andina, heredada y celebrada actualmente en algunos pueblos merideños.
Las Turas, proveniente de los arauacos, ayamanes y gayones, es una fiesta
ritual de carácter agrícola, dedicada en la época prehispánica al dios Huracán,
celebrada en nuestros días en la zona limítrofe Lara-Falcón. Una versión del
Maremare, baile indígena hoy popularizado en el oriente del país, era
representada, entre otros, por los otomacos y consistía en que dentro de un
círculo un indio fingía defenderse de un tigre mientras ocho o diez indios
cantaban y danzaban a su alrededor.
Estas y otras
expresiones del arte indígena prehispánico de Venezuela, más que
manifestaciones folklóricas, deben entenderse como herencia que anualmente son
rejuvenecidas por el tesón sustentado en la tradición. Asimismo los mitos,
expresiones nacidas desde las experiencias sociales de los habitantes de la
Venezuela más antigua y que acumuladas y transmitidas por siglos son hoy parte
de nuestro patrimonio literario. Y es que a través de los mitos y de otros
géneros literarios los aborígenes han venido explicándose y explicándonos desde
los remotos predios de nuestra historia primigenia sus versiones de la vida,
las creaciones culturales, la humanización de las plantas, no como animismo,
que es como una antropología prestada califica esta creatividad sencillamente
humana. Hay héroes anteriores a los de las estatuas y dioses anteriores a los
del catecismo de los conquistadores misioneros; héroes y dioses indígenas
creadores del mundo, las plantas, los ríos, los seres humanos; héroes indígenas
filósofos, maestros, artesanos... representados en expresiones teatrales, o
grabados en petroglifos, o insinuados en pinturas rupestres o cantados y
contados como historia en canciones y mitos... Héroes como el Amalivaca de los
tamanaco, caribes del área orinoquense, con cuyo hermano Vochí creó el mundo,
la naturaleza y los seres humanos; Amalivaca, el dador de todos los elementos
necesarios para la vida, el creador del viento. Se le asocia estrechamente con
el Quetzalcoatl mexicano, con el Viracocha peruano, con el Bochica colombiano y
con el Nemquerequeteba de otros lugares. Entre los achaguas, por ejemplo, la
diosa venerada como creadora era llamada Urrumadua y algunas estrellas fueron
nombradas Ibarrutua y Jumenirro.
El deporte tuvo
también sus expresiones en la Venezuela prehispánica. Es posible que algunas de
las actividades de la vida cotidiana indígena como la caza, la pesca, la
navegación, la transmisión de mensajes a pie hayan tenido en algún momento,
particularmente en este período, cierto sentido competitivo y/o de
entretenimiento. El llamado juego de pelota si fue una actividad claramente
deportiva con varias modalidades y tuvo, además, ciertos contenidos e
intenciones sagradas y rituales. Los achaguas (estado Lara) practicaban este
juego con fines mítico-religiosos y elaboraban la pelota con el latex,
sustancia lechosa de un árbol parecido al del cacho. Los guajiros (estado
Zulia) la fabricaban con cuero de venado y la rellenaban con algodón. En la
zona suroriental se practicaba el juego inflando una vejiga de pereza, araguato
o báquiro a la que daban golpes suaves para mantenerla en el aire el mayor
tiempo posible. Quizá donde más se desarrolló el juego de pelota prehispánico
fue entre los otomacos (estado Apure), quienes organizaban dos equipos con doce
jugadores cada uno. La pelota, que sólo podía ser tocada con el hombro derecho,
era grande y fabricada también con latex. Las mujeres otomacas, una vez
terminadas sus labores, podían participar en el juego y usaban unas palas
redondas de madera. Otros juegos de los que se tienen noticias son los de corro
que se practicaban en el nororiente y suroriente de Venezuela, a los que daban
el nombre del animal cuyos movimientos imitaban. Esta costumbre se ha mantenido
hasta nuestros días. En áreas indígenas de la Guayana se jugaba a "la caza
del arco", que consistía en que por equipos, principalmente de cazadores,
se intentaba atravesar con flechas un arco fabricado con bejuco.
Otras precisiones
sobre el período Neo-Indio están indicadas por formas colectivas para la
organización del trabajo en los antiguos núcleos del Orinoco, los llanos, la
costa centro-occidental y buena parte de la cuenca de Maracaibo. En estas zonas
de nuestro territorio la forma de producción de alimentos se basó en un sistema
balanceado de horticultura de la yuca, caza terrestre y fluvial y recolección
de productos de ríos, de lagos y del mar, y dependió del cultivo de tala y
quema. En la región andina y, en general, en los núcleos indígenas del noroeste
de Venezuela, la organización social habría sido más compleja y el uso de la
tierra más eficiente pues se contó con el manejo de recursos y técnicas
hidráulicos y el control político-social de la población. La manera deferencial
que muestran los hallazgos en algunos cementerios prehispánicos sugiere la
existencia de una compleja vida ceremonial y, en otros casos, la de una
estratificación social con alguna estructura de poder central. Esta forma de
organización política y social está siendo procesada en nuestros estudios
arqueológicos más recientes como modo de vida aldeano cacical. Algunas de sus
características definitorias, particularmente para la Venezuela noroccidental,
serían la especialización social del trabajo, relaciones intra-aldeanas de carácter
político y de parentesco y relaciones inter-aldeanas de subordinación y
jerarquización de las aldeas en linajes.
Quizá podamos
ejemplificar este último punto recordando a importantes dirigentes indígenas
que entran en nuestra historia como defensores, en su gran mayoría, de sus
tierras y sus culturas frente a las apetencias de los conquistadores. Se los
llamó jefes, guerreros o caciques
-vocablo taíno; lengua arawak hablada en las Antillas para el momento
del contacto- y por lo menos uno de
ellos -Manaure- ya dirigía un importante cacicazgo en el área
del actual estado Falcón durante las primeras décadas del siglo XVI. Conocemos
nombres y hazañas de muchos de estos dirigentes para el momento de la conquista
y colonización del territorio, pero desconocemos sus ascendencias; es válido
suponer, entonces, que éstas se remontan a fechas anteriores. Así parece
revelarlo el plan de ataque que sirve a Guacaipuro y la resistencia indígena
que encabeza en la zona centronorte de Venezuela hacia la segunda mitad del
siglo XVI. Guacaipuro logra convocar a un levantamiento de las sociedades
gobernadas por Baruta -su hijo
mayor- Naiguatá, Aricabacuto,
Guaicamacuto, Aramaipuro, Chacao, Paramaconi, Chicuramay, Caruao, Araguare o
Araguaire y el guerrero taramaima Caracaipa, entre otros, quienes reconocen a
Guacaipuro como su jefe supremo. Del área nororiental se menciona a Cayaurima,
cacique de los cumanagotos, y sus alianzas con otros caciques de la zona de
Cumaná para enfrentar a los conquistadres, y a otros como Doaca, con quien se
identificó la actual zona larense de Duaca; a Nigale, jefe zapara, en el estado
Zulia; a Huyapari con cuyo nombre los españoles identificaron al río Orinoco y
su área en 1531 y a muchos otros jefes, caciques, guerreros, como Acaprapocón y
Conopoima -quienes comandan la lucha una
vez muerto Guacaipuro- Caricuao,
Cuairicuarian, la cacica guaiquerí Isabel, el cacique oriental bautizado
Maturín; Morequito, Paryauta, Parnamacay, Pitijay, Sorocaima, Tiuna, Tamanaco,
Terepaima... La institución indígena del cacicazgo sobrevive, deformada,
durante varios años del período siguiente, hasta desaparecer en sus elementos
fundamentales, al igual que la producción cerámica y otros aspectos de la
cultura aborigen.
En este período se
visualiza una "regionalización" cultural generalizada en la Venezuela
prehispánica que expresa la consolidación de modos característicos de vida
cuyos elementos definitorios han hecho su aparición en períodos anteriores. A
través del siguiente cuadro, que reune una proposición de seis áreas y sus
características, es posible apreciarlo.
1) Área del Orinoco
Medio y Bajo, con grandes casas comunales en forma circular que albergaron a
unas 500 personas, generalmente emparentadas, y viviendas palafíticas en el
Delta. 2) Área de la costa centro-occidental, poblada, entre otros, por
caribes, cumanagotos, palenques, caracas y guayqueríes, comunidades nómadas y
semipermanentes. En zonas que rodeaban el lago de Valencia, por ejemplo, hubo
importantes contingentes de población cuyas viviendas y tumbas fueron
protegidas de las inundaciones mediante un sistema de montículos artificiales.
Algunos poblados, al parecer, fueron cercados hasta por triples palizadas, lo
que permite inferir una intensa actividad guerrera. Otras evidencias arqueológicas
aluden a la existencia de una agricultura extensiva, canales de irrigación (río
Mamo), silos incipientes y la agrupación de varios poblados gobernados por un
cacique. Otras actividades fueron la caza, la pesca lacustre y la cestería y
alfarería como actividades artesanales. 3) Área del Noroeste, hoy estados
Falcón, Lara, Yaracuy, parte del Zulia y Portuguesa, poblada por caquetíos,
jirajaras, gayones y achaguas, de economía autosuficiente. Las casas formaban
poblados que también fueron protegidos por palizadas. 4) Área de la Región
andina, desde la tierra caliente hasta los páramos, habitada por timoto-cuicas,
con cultivos de maíz y otras plantas, en andenes, con sistemas de riego
(canales y estanques). Las evidencias de silos
-subterráneos en las tierras frías y caneyes como silos en las zonas
templadas- indican la existencia de
excedentes, utilizados posiblemente para el comercio y para satisfacer
necesidades en épocas de escasez. Estos elementos de construcción artificial
suponen un sistema de gobierno y funcionarios que controlaban su ejecución, la
distribución del excedente agrícola, el uso del agua y el mantenimiento. Las
casas eran al parecer unifamiliares y fueron construidas con piedras unidas con
una mezcla de barro y paja cortada. Hay evidencias de protección de los
poblados con palizadas y fosos. Otras actividades serían la explotación de la
sal de urao, la confección de tejidos (algodón), cestería y alfarería. 5) Área
del piedemonte occidental de los Andes y costa sur del lago de Maracaibo, con
grandes áreas sembradas cercanas a las comunidades, y con aldeas palafíticas en
la zona lacustre. Hay evidencias de posibles casas comunales. Otras actividades
fueron la artesanía y la confección de tejidos. 6) Área de la Guajira, con
grupos de cultivadores al sur y de pescadores y cazadores al norte.
Indo-Hispano
Este período,
llamado también del contacto, se inicia con el encuentro de las culturas
europeas y americanas. En lo que respecta a Venezuela continúa siendo una etapa
poco estudiada de nuestro pasado cultural. A pesar de su utilidad, las fuentes
escritas por quienes con la espada y la cruz invadieron y colonizaron estas
tierras, están repletas más bien de lo realizado por los europeos y ofrecen
pocos datos objetivos o veraces del modo de vida indígena del momento o, salvo
contadísimos casos, de los efectos que aquel encuentro devastador y cruento
llegó a tener sobre las sociedades autóctonas y sus culturas. La arqueología,
la etnohistoria y la lingüística histórica están realizando esta tarea de
reconstrucción. El proceso de conquista y de ocupación de nuestro territorio
será tratado en el capítulo siguiente, por lo que aquí sólo esbozaremos algunas
de las consideraciones hechas principalmente por la arqueología venezolana
sobre el período Indo-Hispano.
En esta época la
cerámica indígena se torna más sencilla por la pérdida progresiva, y en algunos
casos violenta, de estilos decorativos tradicionales religiosos y simbólicos y
de técnicas de manufactura, a pesar de que los españoles, más bien por
cuestiones prácticas, adoptaron técnicas de la manufactura cerámica indígena.
El proceso
transculturador puede visualizarse en algunas evidencias arqueológicas que
reportan piezas cerámicas fabricadas con la técnica indígena del enrollado -superposición o desenvolvimiento de anillos
o de un rollo de barro para luego unirlos con las manos- pero con decoración y otros elementos
europeos. La presencia de mayor o menor concentración de hollín en tiestos
indohispanos revela, por ejemplo, dos concepciones en cuanto a la cocción de
alimentos: en tanto el indígena los calentaba a las brasas o envueltos en hojas
y a fuego lento, la dieta europea, abundante en granos y carne, obligaba a un
mayor tiempo de cocción y, por lo tanto, a una mayor exposición del recipiente
al fuego. Otro elemento del proceso de contacto lo exhibe la planta física de
Nueva Cádiz (estado Nueva Esparta), cuyas excavaciones revelaron, entre otras
muchas cosas, espacios vacíos en los que posiblemente hubo chozas indígenas de
techos de paja y paredes de bahareque
-materiales que no resistieron el paso del tiempo- en convivencia con las casas españolas.
En general, el
material arqueológico hallado en sitios indohispanos tiende a mostrar una
disminución de la influencia indígena no sólo respecto de la española -que es lo más generalizado- sino también respecto de otras culturas
europeas. Es el caso, por mencionar sólo uno, de los Castillos de Guayana
(Territorio Federal Delta Amacuro) en donde además de loza y pipas de grés
holandesas, loza de grés de origen alemán, candados ingleses y otros artefactos
de hierro, se encontraron instrumentos indígenas asociados con el cultivo de la
yuca y con actividades de caza y pesca. Esto significa que muchas técnicas y
estilos cerámicos prehispánicos -así
como otros elementos de los períodos anteriores- sobrevivieron por un tiempo a la imposición
de técnicas y estilos cerámicos españoles.
Otro aspecto
vinculado con este período es la presencia de culturas africanas llegadas a
Venezuela por vía de los esclavos. A pesar de la importancia de este elemento
en la caracterización de este período no se han realizado estudios desde el
punto de vista arqueológico aunque histórica y etnohistóricamente hay ya una
base documental como para emprenderlos en viejas haciendas cacaoteras y en
pueblos escondidos fundados por esclavos negros que huían hacia la libertad.
En este período de
nuestra historia cultural Venezuela comienza a dejar de ser prehispánica; sus
gentes y culturas desarrolladas durante siglos en la diversidad de sus paisajes
han comenzado a ser sustituidos por otras gentes, otros paisajes, otros dioses,
otra economía, otras lenguas... y, sin embargo, mucho de lo aborigen
prehispánico traspasó las barreras de la imposición y aún permanece en la Venezuela
de ahora, formando parte de la cultura criolla o en las sociedades indígenas
que todavía la pueblan. La última visión de la Venezuela prehispánica, que es
al mismo tiempo la primera visión de la Venezuela en contacto con Europa,
podemos verla a través de un esbozo que a modo de resumen conteste a la
pregunta acerca de quiénes eran y dónde estaban nuestros últimos habitantes
prehispánicos.
La Venezuela del
contacto, en su mayor parte, estaba poblada por grupos caribes y arawaks. Los
caribes se localizaban en las zonas costaneras entre Paria y Borburata, en los
alrededores del lago de Maracaibo, en las márgenes del río Orinoco y sus
afluentes y en las islas norteñas de la de Trinidad. Los arawaks, por su parte,
en el golfo de Paria y en un área que corre desde el sur del Orinoco hasta la
desembocadura del río Amazonas. En el oriente de Venezuela estuvieron los
sálivas, entre los ríos Sinaruco y Guaviare, o área del Orinoco Medio; los
guamos, los maipures, los otomacos, en los alrededores de Cabruta, estado
Guárico; los guahibos y los yaruros, en las márgenes del río Meta y los
guaraúnos en las márgenes de los caños del delta orinoquense.
En el área del lago
de Maracaibo los llamados motilones, localizados en los valles de Machiques, en
zonas del río Catatumbo y en la sierra de Perijá; los guajiros, en un área que
comprendía desde Bahía Honda y El Portete, hasta el Cabo de la Vela y río de La
Hacha. Habitando las riberas del lago de Maracaibo estaban los onotos y los
bubure o bobures, y vecinos de éstos, los zaparo o zaparas, aliles, ambaes,
toas y kirikires. Otros grupos del área fueron los pemenos y los buredes. Los
caquetíos estaban localizados en la zona costera entre Coro y el lago de
Maracaibo y, fuera de Venezuela, en Curazao, Aruba y Bonaire. De la zona
andina, los chamas y los giros, principalmente en Mérida, y los timotes y los
cuicas, que predominaban en Trujillo. En los actuales estados Lara, Yaracuy y
parte de Falcón, los jirajaras y ayamanes, los achaguas, betoyes y gayones.
Noticias en Internet:
Historia
mínima de Venezuela (eBook, 1992) [WorldCat.org] www.worldcat.org/title/historia.../657151011
- Traducir
esta página 222 p. 16 cm. Contents: Venezuela préhispanica /
Rafael
Strauss K. ...
Catálogo de OCLC WorldCat Historia mínima de Venezuela, [Venezuela]:
Fundación de los Trabajadores de Lagoven, [1992] http://www.worldcat.org/title/historia-minima-de-venezuela/oclc/30626385
Sobre su reedición, varias noticias; puede verse
"Reeditada Historia mínima de Venezuela". El Nacional, 15.12.1993, C14.
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