Mercedes Olivera, por Rafael A. Strauss K.
A mi querida y recordada Maestra, In Memoriam
Mercedes Olivera,
o Meche, fue una mujer apasionada por la Etnohistoria, la Antropología Social y
la docencia dentro y fuera del aula, pasión que sabía transmitirte en sus
clases y en sus conversaciones. Me fascinó desde que cursé su materia Etnología
General, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, ENAH, en 1969.
Siempre tuve la impresión de que un punto que nos acercó fue cuando en una de
sus clases, hablando del trabajo de campo, pedí la palabra y le pregunté: -Maestra,
¿qué derecho tiene un antropólogo para invadir la privacidad de alguien cuando
hace preguntas, toma fotografías o graba en el trabajo de campo? A mí no me
gustaría, por ejemplo, que un etnólogo me abriera la puerta del baño cuando
estoy haciendo mis necesidades. Ella se quedó pensando y creo que esto hizo
que diera un giro a la concepción tradicional de la investigación de campo.
Otro punto que nos unió fue mi trabajo final para aquella asignatura -Características
de la cultura, según M. Herskovits-, que a ella le fascinó, según lo
expresó públicamente. Me calificó MMB. Fui el único 10 [que en México es la
máxima calificación]
Desde 1964 Meche
trabajaba como investigadora en el Proyecto Puebla-Tlaxcala (1964-1969),
apoyado por la Fundación Alemana para la Investigación Científica, el INAH y la
UNAM. El 1968 me selecciona -junto a otros estudiantes de la ENAH- para que
forme parte de su equipo, en la ciudad de Cholula, Estado de Puebla, cuyo
tema central era: La feria regional y su influencia socioeconómica
en una comunidad rural mexicana, del área de Antropología Interdisciplinaria.
Y en 1969 me llama nuevamente para una Investigación de gabinete sobre Mercados
regionales indígenas de México.
Me hizo la
siguiente constancia: “A QUIEN CORRESPONDA Por medio de la presente hago constar que
el Sr. RAFAEL A. STRAUSS K. participó en la Sección de Antropología Social del
Proyecto Cholula durante la última semana del mes de septiembre de 1968. Así
mismo hago constar que el Sr. Strauss estuvo ordenando en cuadros y
listas parte de la información recabada en Cholula, Pue., durante dos meses en
1969, en la Sección de Investigaciones Antropológicas del Instituto Nacional de
Antropología e Historia. // Para los fines legales a que haya lugar se expide
la presente en México, D. F., a los quince días del mes de enero de 1974. Prof.
Mercedes Olivera, Etnólogo [rúbrica]”
Cuando
yo ya estaba en Venezuela, me visitó. Fue así: ella venía de un congreso en
Ecuador y cambió su ruta para dirigirse a Caracas con la intención de verme. Ni
idea tenía ella de dónde estaba yo, pero se fue a la Escuela de Sociología y
Antropología de la UCV y preguntó si me conocían. Quien la atendió no sólo me
conocía sino que tenía el teléfono de la casa donde yo vivía, en la Alta
Florida. Me llamó como a medio día. Imagínese usted la sorpresa, que creció
cuando me dijo que estaba en Caracas y quería que nos viéramos. Y nos vimos. En
el Café de la Piscina-UCV. Por la tarde, salía su vuelo hacia México. Poco
después me envió una postal, que conservo.
Una de las rutinas del
trabajo en Cholula era ubicarse en las afueras de la ciudad e ir contando
quiénes entraban. Por la noche, entregábamos esa información en las reuniones
de equipo, que eran maravillosas. En Cholula estuvimos varios días, y al
segundo -mientras almorzábamos un deliciosísimo mole poblano- Mecha me llama
aparte y me dice: -“Rafael, necesito que realices una investigación muy
especial, pero que no deja de tener ciertos riesgos”. –“Usted dirá, Maestra”,
le respondí. –“Mira, en estas ferias no es fácil conocer la cantidad de alcohol
que se vende, porque mucho es de contrabando, ni saber si montan burdeles y, si
es así, cuántos hay, y otras particularidades. Necesito esos datos para la
investigación, y pensé en ti porque presiento que sabrás cómo averiguar eso y
obtener datos. Y te voy a ser más sincera: como más bien pareces gringo seguro
que contigo se abren, para decírtelo sin tapujos.” Creo que miré hacia el piso
y le pregunté que cómo hacía. Me explicó entonces que debía conversar con los
dueños de los bares –que ella tenía censados- y, de ser posible, y si lograba
verlos, al distribuidor o distribuidores de licor. Me dijo, además, que seguramente
los burdeles funcionaban en la parte de atrás de esos bares, o de algunos, pues
como esos sitios estaban prohibidos en México, no sólo eran clandestinos sino
que en tiempos de feria buscaban justamente sitios como bares o casitas
aisladas en las afueras de la ciudad… No le pregunté por el riesgo o los
riesgos, pero imaginé que si había contrabando era porque no declaraban
cantidades reales, y si no declaraban cantidades reales de ganancias –por el
licor y por el burdel- se trataba de un fraude al municipio, etc. etc. Le dije
esto a Meche y era eso, en efecto, de tal manera que si yo indagaba sobre la
materia del enriquecimiento ilícito se podría pensar que yo era un inspector o
algo por el estilo. Lo que más me preocupaba, sin embargo, es que toda mi vida
he detestado los ambientes de bares y burdeles… Imagínenme entrando, sentándome
en la barra, o en una mesa, pidiendo una cerveza, un tequila, un pulque u otra
vaina…, pero definitivamente ésta fue la primera obra de teatro en la que
participé porque todo me salió de lo mejor. Meche se sorprendería por la
cantidad y precisión de los datos que obtuve…Al día siguiente no me dirigí
hacia las afueras de la ciudad sino al centro, donde la ciudad despertaba
después de otro día de feria. Y la cosa más increíble…: frente a uno de los
bares, un camión de Cerveza Corona terminaba de estacionarse; le tumbaron una
reja lateral y, mientras, alguien abría una puertica. Y lo que hice fue ponerme
a contar las cajas de cerveza que metían, hasta que cerraron la puertica y el
camión arrancó. Supuse que iba a otra parte, y como pude lo seguí y, en efecto,
se detuvo unas cuadras después y… de nuevo me puse a contar lo que bajaban.
Eran como las diez de la mañana. El calor de septiembre ya picaba y la sed me
mataba y el bar cerrado, pero una bodeguita de pueblo estaba abierta y me fijé
si tenía afuera la placa esa de que venden licor, pero nada de eso. La Pepsi
que me tomé estaba como lo había soñado y mientras la tomaba me puse a
conversar con el señor de la bodega, y hablamos de la feria, y del poco de
gente que la visitaba, y preguntando y preguntando, este amable señor me confirmó la existencia de burdeles, en efecto, detrás de tres de los bares y de dos en las afueras del pueblo. Estaba dispuesto a visitarlos, en compañía de otros cuates del equipo, por supuesto, pero Meche no me lo aconsejó, entre otras razones porque podía haber una redada y a mí como extranjero no me convenía caer preso.
Agradecido, Maestra, por haber existido, por sus clases, y porque nos conocimos...
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