Venezuela y lo indio, en pasado y presente…©, por Rafael A. Strauss
K./Escuela de Historia-UCV
Recientemente, estuve reflexionando en las páginas de tres diarios y en una ponencia, acerca de la percepción que el venezolano ha tenido y tiene de su pasado; de cómo nos vinculamos con él y, en general, qué lectura se hace de su pasado en Venezuela… Orienté buena parte de mis consideraciones a reflexionar acerca de la percepción de lo indio, a propósito de una entrevista sobre la llevada de Guacaipuro o Guaicaipuro al Panteón Nacional, por un lado, y por el otro, dos artículos que titulé “El pasado es vivencia” y “Por qué los indios…” Y en la ponencia, sinteticé mi apreciación personal sobre el escultor indigenista Alejandro Colina, destacando su obra como fuente antropológica e histórica… [Me refiero a mis trabajos: “El pasado es vivencia”, en Verbigracia, Nº 1, Año V, p. 1, El Universal, Caracas, 6.10.2001 y “Por qué los indios…”, en TalCual, Caracas, 11.10.2001, p. 13. La entrevista está en “La historia como caja de resonancia ideológica”, de Alfredo Meza, en El Nacional, Caracas, 22.7.2001, Siete Días. La ponencia fue publicada en Revista Nacional de Cultura, Año LXIII, No. 323, Caracas, con el título “La obra de Alejandro Colina, fuente antropológica e histórica”, pp. 187-189. Todos están en mis blogs]
Estas
reflexiones recientes no distan mucho de las que en esta misma línea he
desarrollado tanto en mis clases de pregrado y postgrado como en ocasiones
semejantes a este evento, y es que parece evidente que en Venezuela, desde muy
temprano, se generó hacia el indio y su cultura un desprecio que se fue
generalizando hasta enraizarse… Tal y como en fácil demostrarlo por los miles
de testimonios que existen publicados y en los archivos, es claro que desde
nuestro tiempo colonial al indio se lo mantuvo dentro de las pautas de lo que
entendemos como un doble discurso, es decir, que al mismo tiempo que se le
acogía se le rechazaba… Algo así como invitarlos al cielo pero pasando primero
por el infierno, según escribí recientemente.
Esta
situación, en realidad, no ha cambiado; todo lo contrario: se ha recrudecido de
una manera molesta, que obliga a preguntarse por qué se fue generando en el
venezolano un desprecio hacia el indio y su cultura… Es ya un lugar común, por
ejemplo, que cuando por cualquier medio de comunicación se aborda la situación
actual del indígena en Venezuela, o se alude a ella, tienden a destacarse los
aspectos que lo problematizan en lo socioeconómico y en sus relaciones con la
sociedad nacional y, por supuesto, tienden a transmitirse imágenes que incitan
a la lástima… No estamos tras la idea, por supuesto, de una consideración
paradisíaca, al estilo del “buen salvaje”, pues al fin y al cabo, las
comunidades indias de Venezuela sufren el abandono del que han sido objeto en
lo económico, lo sanitario, lo educacional…, y son seres humanos; sólo que a
esa tradicional desidia se suma el desconocimiento generalizado por los mismos
venezolanos de las características reales de nuestras comunidades indígenas,
tanto en su pasado como en su presente…
Nos
preguntamos, por ejemplo, si una de las causas del desconocimiento no estará en
el hecho de que quienes incorporaron lo indio a sus reflexiones venezolanistas
lo hicieron sólo como objeto de estudio, de tal forma que la reflexión sobre
aspectos de la cultura indígena de Venezuela no ha contribuido, en definitiva,
a implantar en el imaginario del venezolano el necesario sentimiento por esa
porción de humanidad que nos habita desde siempre… En todo caso, no es esta la
ocasión para referirnos al momento y las circunstancias en que particularmente
en América se delimitaron las áreas de interés de algunas de las ciencias
sociales… Sí me parece acertado recordar que en la marcada ausencia de lo
indígena -y de lo negro- en nuestra interioridad venezolana, ha terminado por
subyacer una de las convicciones que se tuvo para la fundación del nuevo
Estado, entre 1830 y 1847, y de la que Pino Iturrieta, en un aparte que titula
“La mirada hacia fuera”, escribe: “Ningún testimonio de la época hace
referencia a los valores autóctonos, como posibilidad de construir el proyecto
por asimilación de lo oriundo; ni descubre la entidad de la concurrencia
africana en la conformación de una personalidad común.” [Elías Pino
Iturrieta. Las ideas de los primeros venezolanos, Monte Avila Editores
Latinoamericana, Caracas, 1993, pp. 31-32.]
Es
indudable, que una somera revisión de la bibliografía, hemerografía y otras
fuentes sobre el indígena en Venezuela arroja resultados impresionantes, pero
es indudable, asimismo, que una revisión del sentimiento del venezolano hacia
el indio de aquí y, en general, hacia el indio de América, arroja resultados
que, por decir lo menos, son preocupantes… Me estoy refiriendo, de hecho, al
viejo asunto del papel del intelectual en la sociedad y al viejo problema del
destino y utilidad de sus trabajos… ¿Es esto pragmatismo? Es posible. Me parece
indudable que esta consideración tiene mucho que ver con el resquebrajamiento
de la mayoría de los paradigmas dentro de cuya estructura y funcionamiento
hemos venido actuando desde hace mucho tiempo.
Pero,
ninguna sociedad, ningún ser humano, pueden vivir sin paradigmas y desde esta
perspectiva es que afirmo que no estoy despreciando, ni es posible planteárselo
siquiera, los aportes que para conocer al indio de Venezuela, su historia y su
cultura han salido de nuestras universidades, de otras instituciones, de
eventos como éste, de individualidades… Lo que no deja de preocuparme es que al
desconocimiento y menosprecio generalizados que existe en el común de los venezolanos
por el indio, se suma una suerte de rechazo por nuestro pasado… No soy novedoso
al afirmar que el venezolano pareciera despreciar su pasado, avergonzarse de
él; sentirse incómodo, inclusive, ante la sola mención o posibilidad de
abordarlo. Al parecer, no hemos sido diseñados para entender nuestro pasado, y
me pregunto, entonces, que tan diseñados estamos para perfilar nuestro futuro.
En
cuanto a esto, vuelvo a recordar mi preocupación sobre que los productos de la
investigación en historia apenas se han introducido de manera idónea en el
venezolano. Deseo aclarar y ser más específico. Cuando afirmo estas cosas en
ningún momento estoy incentivando la idea de que la reflexión histórica -y las
de otras disciplinas- deban acoplarse al alto grado de ignorancia y al
analfabetismo generalizados que han terminado por caracterizar a un segmento
significativo de los venezolanos… Estoy sugiriendo, sí, que dentro de lo que
expresa la conocida máxima de que a grandes problemas grandes soluciones,
procuremos conseguir, en efecto, grandes soluciones… Y el desconocimiento, el
temor por el pasado, la ignorancia, el analfabetismo…, son apenas algunos de
los grandes problemas que aún tenemos los venezolanos…
Recientemente
afirmé que en Venezuela pareciera sufrirse de lo que en antropología
denominamos complejo étnico; es decir, que es casi un axioma que al venezolano
le cuesta identificarse con su pasado porque en él parece que ve más fracasos
que aciertos… O, en todo caso, ha prevalecido en la interpretación del pasado
un rechazo insospechado, uno de cuyos resultados pareciera ser que nuestro
pasado no nos pertenece, no es mío, no es nuestro… Cuando el venezolano
interroga su pasado como nación, lo que suele encontrar es una ristra de
acontecimientos políticos con los que apenas o nada se identifica o, en todo
caso, que esconde… Y cuando intenta soslayar “lo político” y procura indagar
sobre otros aspectos de la cultura, lo que suele encontrar es un escenario
constituido por vacíos, particularmente cuando compara lo que se tiene como el
pasado de Venezuela con el de otras latitudes…
Y en
esta comparación, lo indio ha llevado la peor parte… ¿Que en Venezuela no
tenemos pirámides y otras maravillas y monumentos aborígenes que exhibir? No
importa, porque tenemos a las personas indias, orgullosas, además, de su
procedencia, y eso es más que suficiente… Gente que en materia de vinculación
con la naturaleza -probablemente el espacio ideal para el futuro- puede darnos
lecciones de convivencia; gente, además, que exhibió su natural inteligencia
para aprovechar en la mejor economía de esfuerzo concebida, las generosidades
de su entorno, de tal manera que su carencia de agricultura, por ejemplo, no
tiene por que ser categoría cuya aplicación los descalifica ante esquemas
evolutivos que, en esencia, están cargados de etnocentrismo… Gentes que
afinaron la memoria para el registro de su experiencia como pueblo, como
sociedad, poniendo en práctica una oralidad tan válida como otra fuente
histórica… Indios, en fin, que además de personas, son descendientes de quienes
primero habitaron nuestro actual territorio y este hecho tiene que ser un
privilegio que de manera especial nuestra historiografía está en la obligación
de revalorizar para, entre otras cosas, incorporar al sentimiento del venezolano
un apego crítico y amor por su pasado y, como parte importante de él, apego,
amor y comprensión por el indio…
Y a
propósito de esto no puedo dejar de afirmar, como lo hiciera recientemente, que
si hay alguien ávido de saber de historia, es el venezolano… Y me pregunto qué
tan capaz ha sido nuestro sistema educativo, particularmente el que comenzó a
perfilarse desde los inicios de la pasada década de los ochenta, para atender a
esa evidente avidez; me pregunto asimismo acerca del destino de los grandes
trabajos de lingüistas, de literatos, de etnohistoriadores, de historiadores,
de antropólogos, de artistas plásticos…, que han tomado lo indio de Venezuela
como materia central de sus preocupaciones. Se me viene a la mente aquella
reflexión poética de Lord Byron, que cito de memoria: "Augusta Atenas,
¿dónde están tus grandes hombres desaparecidos?. Centelleando vagamente a
través del sueño de las cosas que han sido, primeros en la carrera que conducía
al fin: la Gloria. Han ganado, han pasado. ¿Es eso todo? ¡Un cuento para
colegiales, el asombro de una hora!"
El
venezolano, como todo ser humano, desea saber… Cuando gente consciente del
valor educativo de la televisión reclama mejoras en la programación, lo que
está sugiriendo es que los canales dispongan de más programas de esos que se
denominan culturales… Y no es difícil entender lo que se está solicitando…
Habría que preguntarse, por ejemplo, en qué radica el éxito sostenido de Vale
TV… Y tendríamos que preguntarnos, asimismo, por qué los participantes de ese
maravilloso programa de RCTV ¿Quién quiere ser millonario? tienden a fallar
notoriamente en preguntas sobre historia de Venezuela o sobre nuestra cultura
popular tradicional… Por distintas razones, ahora más que antes se aprecia un
preocupante desconocimiento de lo que históricamente nos pertenece…
Tantos
siglos discriminando al indio han horadado los sentimientos nacionales en
prácticamente todo el espacio americano… Y en Venezuela, que no es excepción,
no hemos sido amigos de los indios… y deberíamos serlo, tanto de los de ahora
como de los que la historiografía blanca predominante -por darle algún nombre a
la crónica que se genera en nuestro tiempo colonial y a una buena parte de las
obras de carácter histórico posteriores- les cercenó en la tinta los pareceres
e ignorando la estructuración y el funcionamiento de sus culturas, los tildó de
flojos, de manganzones, de estorbo…, a pesar del aporte que aun dentro del
atropello del que fueron objeto -al igual que los esclavos negros- se metieron en
los intersticios más sensibles de nuestra nacionalidad.
Recientemente
destacábamos la idea de que el indio no sólo debe conjugarse en pasado, sino
también en presente y en futuro, como todo pueblo, como toda etnia, como todo
grupo humano… Quienes así lo han hecho terminan por tener y fortalecer una
percepción de sí mismos -que luce más auténtica-, como individuos, como
naciones…, con pocas deudas y mucha disponibilidad para el afecto y para el
futuro…
Pareciera,
sin embargo, que soplan brisas nuevas que están aventando, entre otras cosas,
una preocupación por afinar viajes más frecuentes a nuestro pasado… Pareciera
existir en el venezolano reciente un interés particular por penetrar su sido
para ver de comprender su siendo… Tanto para apoyar como para rebatir
peregrinas afirmaciones que han venido enmarcando lo que hoy se conoce como el
proceso, instituciones e individuos, profesionales o no, han tenido que ir
críticamente a nuestro ayer para buscar explicaciones, lo cual se refleja
públicamente de manera particular en la prensa nacional y regional, en
programas de radio y de televisión y en páginas de la Internet. Y no se indaga
solamente sobre lo político, sino que la manifiesta necesidad de saber de
nuestro pasado orienta la pesquisa hacia otros contenidos del pasado de nuestra
cultura.
Es
probable que estemos en proceso de dejar de ser un pueblo temeroso de su
memoria histórica, de su historia, de su pasado…, de tal manera que este
momento debería ser idóneo para que se dé a conocer -según la realidad del
desinterés generalizado que hay en nuestro país por la historia- la obra de
nuestros grandes pensadores, porque siempre que en Venezuela se hable de
justicia social, de respeto por los otros, de arraigo, de hermosos sentimientos
sin límites por lo que nos pertenece…, se estará hablando, entre muchos otros,
de Lisandro Alvarado, Gilberto Antolinez, Augusto Mijares, Andrés Eloy Blanco,
Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas, Miguel Acosta Saignes, Angelina
Lemmo, José Ignacio Cabrujas, Alejandro Colina y, por supuesto, de Julio César
Salas…, por no mencionar a quienes están en proceso de consagrarse. Pero no dar
a conocer a esas gentes en los términos en que suele hacerse, que es reproducir
obras completas, bautizarlas en rimbombante acto para que luego desaparezcan,
lo que hace que el desconocimiento sobre nosotros duela mucho más por
persistente.
Tengo la
impresión de que, entre algunos otros medios impresos, El Nacional ha abierto
una línea de difusión que no es despreciable, semejante a aquellas ediciones
llamadas populares que asumieron en su momento Pedro Grases y la Fundación
Eugenio Mendoza o un Ministerio de Educación que respetaba al venezolano y, por
supuesto, al país. Esas ediciones circulaban -hasta donde sabemos, en todo el
país- de una manera prometedora, porque dio resultados positivos visibles,
desde la editorial a los padres y maestros y desde éstos a los hijos y
estudiantes. Está pasando ahora y debe seguir pasando, por favor…
Deseo
finalizar estos comentarios sobre lo indio de Venezuela en pasado y presente,
llamando la atención sobre tres puntos que tienen carácter de propuesta:
1. Lo
indígena es uno de los contenidos de nuestra historia, cuyo pasado y presente
aún tienen validez, entre otras razones, porque muchos de sus descendientes
conviven con nosotros y son seres humanos.
2. Quizá
sea en la comprensión científica de la permanencia de lo indígena en los
períodos siguientes al tiempo prehispánico, donde se descubran aspectos que la
arqueología y los cronistas no han podido decirnos. Un análisis en esta línea
significa no sólo un acto de justicia, sino corregir una falla de nuestra
historiografía. Hemos comprobado hasta el momento que la documentación de
archivo y la revisión con otras lentes de la información de los cronistas
ofrecen serias posibilidades en este sentido.
3. Si
revisamos críticamente la política indigenista venezolana creo que el resultado
es negativo, entre otras razones porque muy pocas veces el indígena mismo ha
participado en el diseño de su propio destino. En los últimos años, sin
embargo, ha habido aires de cambio significativo: varios indígenas venezolanos
han tenido oportunidad de asumir las bondades de la historia y de la
antropología como disciplinas; muchos misioneros y otras agrupaciones han
echado bases como para propiciar respeto a las culturas indígenas
contemporáneas y muchos antropólogos, historiadores y funcionarios del Estado
han venido entendiendo la necesidad de trabajar conjuntamente, para aplicar una
política indigenista humanizada. Cada vez son más verdad las palabras de Jean
Mari Auzías de que "podemos considerar que todos los hombres no piensan de
la misma manera [y que] veremos en realidad que no piensan en las mismas
cosas"; o aquel mensaje de la revista Sic, en 1980, de que
"Un pueblo civilizado es el que sabe hacer su vida y la hace…" ["Nuestras
contradicciones y los indios". Editorial. SIC, Nº 422, febrero de 1980,
Caracas, p. 54.]
Notas:
1) Tierra Firme - Venezuela y lo indio, en pasado y presente ... www2.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0798...lng=es...
Rafael A. Strauss K. Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela.
Resumen: Es indudable, que una somera revisión de la bibliografía, hemerografía. 2) Tierra Firme - Julio César Salas, en pasado y presente www2.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid...
... El III coloquio se efectuó en Caracas, en el año 2001, en la Universidad
Central de Venezuela en el marco del LXIII aniversario de la Facultad de
Ciencias Económicas y Sociales, con el apoyo del Ateneo de Caracas, el CONAC y
el Archivo General de la Nación. /// En aquella oportunidad, los privilegiados
oyentes pudimos disfrutar de las intervenciones y discusiones de altura de
Esteban Emilio Mosonyi, Adelina Rodríguez Mirabal, Michel Mujica, Beatriz
Bermúdez, Tulio Hernández, Catalina Banko, Antonio Tinoco, Kay Tarble, Rafael Strauss
y Francisco Javier Pérez, entre los ponentes. El evento fue propicio para abrir
un nuevo espacio con la exhibición del video de Beatriz Bermúdez, Amazonas,
territorio y derechos indígenas (1999). […] La vigencia de los análisis, las
hipótesis, los planteamientos, en general, de Salas, se ponen de manifiesto a
lo largo de este número, como lo demuestra Rafael Strauss4 en su trabajo
Venezuela y lo indio, en pasado y presente…; ya sólo con el título, este
etno-historiador nos enfila hacia uno de los temas de reflexión de Salas “la
percepción de lo indio”, como nos dice Strauss, para la conformación de un
proyecto de identidad nacional. En Tierra Firme /// Print version ISSN
0798-2968 /// TF vol. 24 no. 93 Caracas Jan. 2006 /// Presentación /// Otilia Rosas
González.
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