miércoles, 18 de enero de 2017

Venezuela y lo indio, en pasado y presente…, por Rafael Antonio Strauss K., 27.2.2008

Recientemente, he estado reflexionando acerca de la percepción que el venezolano ha tenido y tiene de su pasado; de cómo nos vinculamos con él y, en general, qué lectura hacemos de él. Orienté buena parte de mis consideraciones a la percepción de lo indio, a propósito de una entrevista sobre la llevada de Guacaipuro al Panteón Nacional (Meza 2001) y de dos artículos de prensa (Strauss K. 2001 a, 2001 b). Estas reflexiones no distan mucho de las que en esta misma línea he desarrollado en mis clases de pregrado, de postgrado y en otros escenarios.

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Parece evidente que en Venezuela, desde muy temprano, se generó hacia el indio y su cultura un desprecio que se fue generalizando hasta prácticamente enraizarse. Como resulta fácil demostrarlo por los miles de testimonios que existen publicados y en los archivos, es claro que desde nuestro tiempo colonial se ha construido un doble discurso sobre los indios: al mismo tiempo que se les acogía se les rechazaba… Algo así como invitarlos al cielo, pero pasando primero por el infierno, según escribí recientemente.

Esta situación, en realidad, no ha cambiado; todo lo contrario: se ha recrudecido de una manera molesta, que obliga a preguntarse por qué se fue generando y generalizando en el venezolano un desprecio hacia el indio y su cultura… Es ya un lugar común, por ejemplo, que cuando por cualquier medio de comunicación se aborda la situación actual del indígena en Venezuela, o se alude a ella, tienden a destacarse los aspectos que lo problematizan en lo socioeconómico y en sus relaciones con la sociedad nacional y hasta se transmiten imágenes que incitan a la lástima e, inclusive, al desprecio… No estamos tras la idea, por supuesto, de una consideración paradisíaca, al estilo del “buen salvaje”, pues, al fin y al cabo, las comunidades indias de Venezuela sufren el abandono del que han sido objeto en lo económico, lo sanitario, lo educacional… y sus miembros son, ante todo, seres humanos. Sin embargo, a esa tradicional desidia, se suma el desconocimiento generalizado por los mismos venezolanos de las características reales de nuestras comunidades indígenas, tanto en su pasado como en su presente… Como lo hemos afirmado en otras ocasiones, principalmente en los salones de clase, la etnohistoria tiene en Venezuela una labor muy importante que realizar.

Nos preguntamos, por ejemplo, si una de las causas del desconocimiento no estará en el hecho de que quienes incorporaron lo indio a sus reflexiones venezolanistas lo hicieron sólo como objeto de estudio, de tal forma que la reflexión sobre aspectos de la cultura indígena de Venezuela no ha contribuido, en definitiva, a implantar en el imaginario del venezolano el necesario sentimiento por esa porción de humanidad que nos habita desde siempre y que, por ello, nos caracteriza también. En todo caso, no es ésta la ocasión para referirnos al momento y las circunstancias en que, particularmente en América, se delimitaron las áreas de interés de algunas de las ciencias sociales… Sí me parece acertado recordar que, en la marcada ausencia de lo indígena -y de lo negro- en nuestra interioridad venezolana, ha terminado por subyacer una de las convicciones que se tuvo para la fundación del nuevo Estado, entre 1830 y 1847. Sobre esto, Elías Pino Iturrieta (1993: 31-32) escribe que “ningún testimonio de la época hace referencia a los valores autóctonos, como posibilidad de construir el proyecto por asimilación de lo oriundo; ni descubre la entidad de la concurrencia africana en la conformación de una personalidad común”.

Es indudable que una somera revisión de la bibliografía, hemerografía y otras fuentes sobre el indígena en Venezuela, arroja resultados impresionantes; asimismo, una revisión del sentimiento del venezolano hacia el indio de nuestro país y, en general, hacia el indio de América, arroja resultados que, por decir lo menos, son preocupantes. Me estoy refiriendo, de hecho, al viejo asunto del papel del intelectual en la sociedad y al viejo problema del destino y utilidad de sus trabajos. ¿Es esto pragmatismo? Es posible. Me parece indudable que esta consideración tiene mucho que ver con el resquebrajamiento de la mayoría de los paradigmas dentro de cuya estructura y funcionamiento hemos venido actuando desde hace mucho tiempo.

Ninguna sociedad y ningún ser humano pueden vivir sin paradigmas. Desde esta perspectiva, afirmo que no estoy despreciando -ni es posible planteárselo siquiera- los aportes que para conocer al indio de Venezuela, su historia y su cultura, han salido de nuestras universidades, de otras instituciones, de eventos, de individualidades… Lo que no deja de preocuparme es que al desconocimiento y desprecio generalizados que existe en el común de los venezolanos por el indio, se suma una suerte de rechazo por nuestro pasado. Pareciera como si nuestra memoria colectiva nos molestara, nos resultara incómoda… No soy novedoso al afirmar que el venezolano pareciera, en efecto, despreciar su pasado y avergonzarse de él; sentirse incómodo, inclusive, ante la sola mención o posibilidad de abordarlo. Si, al parecer, no hemos sido diseñados para entender nuestro pasado, me pregunto, entonces, qué tan diseñados estamos para perfilar nuestro futuro. He aquí otro campo riquísimo y nutritivo para la etnohistoria que, justamente, tiene que ver, entre otras cosas, con este tipo de desprecio por el otro, por elementos que, como el pasado, me pertenecen / nos pertenecen. Tal vez esos desprecios colectivos sean una suerte de miedo.

Buena parte de los productos de la investigación en historia, etnohistoria, antropología y otras disciplinas sociales apenas se han introducido de manera idónea en el imaginario de los venezolanos. Allí sí reposan, lamentablemente, elaboraciones que no dejan de ser síntesis de una manera de pensar y que se expresan en frases como “pareces indio”, “creen que en Venezuela somos indios” o, todavía peor, “creen que en Venezuela todavía somos indios”. La etnohistoria haría bien en analizar los significados de estas especies. Al afirmar esto, debo aclarar que, en ningún momento, estoy incentivando la idea de que la reflexión histórico-antropológica -y la de otras disciplinas- deban acoplarse al alto grado de ignorancia y al analfabetismo generalizado que han terminado por caracterizar a un segmento significativo de los venezolanos. Estoy sugiriendo, sí, que dentro de lo que expresa la conocida máxima de que a grandes problemas, grandes soluciones, procuremos conseguir, en efecto, grandes respuestas. El desconocimiento, el temor por el pasado, la ignorancia, el analfabetismo, son apenas algunos de los grandes problemas que aún tenemos los venezolanos en el escenario intelectual.

Me sigue preocupando, igualmente, que en Venezuela pareciéramos sufrir de lo que en antropología denominamos complejo étnico; es decir, que es casi un axioma que al venezolano le cuesta identificarse con su pasado porque en él parece que ve más fracasos que aciertos. En todo caso, ha prevalecido en la interpretación del pasado un rechazo insospechado, uno de cuyos resultados pareciera ser que nuestro pasado no nos pertenece; que no es mío, que no es nuestro. Cuando el venezolano interroga su pasado como nación, lo que suele encontrar es una ristra de acontecimientos con fuertes sabor y olor político, con los que apenas o nada se identifica o, en todo caso, esconde. Cuando intenta soslayar “lo político” y procura indagar sobre otros aspectos de la cultura, lo que suele encontrar es un escenario formado por vacíos, particularmente cuando compara lo que comúnmente se tiene como el pasado de Venezuela con el de otras latitudes. Éste fue uno de los fantasmas contra los que luché cuando emprendí la investigación de varios años que dio como resultado el Diccionario de cultura popular (Strauss K. 1999).

En la comparación a la que aludimos, lo indio ha llevado la peor parte. ¿Que en Venezuela no tenemos pirámides y otras maravillas y monumentos aborígenes que exhibir? No importa, porque están las personas indias, orgullosas, además, de su procedencia, y eso es más que suficiente. Se trata de gente que, en materia de vinculación con la naturaleza -probablemente el espacio ideal para el futuro-, puede darnos lecciones de convivencia; gente, además, que exhibió su natural inteligencia para aprovechar en la mejor economía de esfuerzo concebida, las generosidades de sus entornos, de tal manera que su carencia de agricultura intensiva, por ejemplo, no tiene por qué ser categoría cuya aplicación los descalifica ante esquemas evolutivos que, en esencia, están cargados de etnocentrismo. Son gentes que afinaron la memoria para el registro de su experiencia como pueblo, como comunidad, poniendo en práctica una oralidad tan válida como lo son otras fuentes históricas. Los indios, en fin, además de personas, son descendientes de quienes primero habitaron nuestro actual territorio y este hecho tiene que ser un privilegio que, de manera especial, nuestra historiografía está en la obligación de revalorizar. Mediante ello, urge incorporar al sentimiento del venezolano un apego crítico y amor por su pasado y, como parte importante de él, apego, amor y comprensión por el otro, en este caso, el indio.

A propósito de esto no puedo dejar de ratificar que si hay alguien ávido de saber historia, es el venezolano, y esto es alentador tanto para la historia como para la etnohistoria. Pero he afirmado que al venezolano pareciera no interesarle su pasado, de tal manera que esta afirmación luciría como contradictoria. Pero no es así, como es fácil demostrarlo, y quizá lo que ha ocurrido es que quienes deben, por definición de sus objetivos, analizar nuestro pasado como nación, y difundirlo, al parecer no lo han hecho de manera idónea, de tal manera que aquellas ansias no han sido satisfechas. Pero la falta de idoneidad quizá se deba a la definición misma de esos objetivos, en tanto que parece subyacer entre nosotros aquella situación que entre 1945 y 1946 diera nacimiento a la etnohistoria: que los historiadores de entonces se ocupaban, en esencia, de los “grandes momentos”, de “personajes importantes”, de “firmas de tratados”, de “eventos trascendentales” y no se miraba la historia “del común” que, por supuesto, se fue como diluyendo en las pesquisas; en tanto que la antropología de entonces, sólo miraba a su objeto de estudio, los “pueblos-otro”, “los otros”, “los distintos a mí” y otros apelativos que pudiéramos expresar, más en la contemporaneidad del investigador que en la historia del grupo humano objeto de su interés. Sabemos, que el antropólogo de entonces tuvo que impregnarse de los procedimientos que utilizaba el historiador y que algunos historiadores comenzaron a andar por los predios de la antropología para pesquisar la historia de inmigrantes, la de comunidades humanas tenidas como de escasa importancia histórica y, no menos importante, historias de vida, historia de pueblos, lo que en la práctica significó que el historiador emplease métodos tradicionalmente usados por la antropología, como es el caso de la historia oral…

Me pregunto, entonces, qué tan capaz ha sido nuestro sistema educativo, particularmente el que comenzó a perfilarse desde los inicios de la década de 1980, para atender a esa evidente e impaciente avidez; me pregunto, asimismo, acerca del destino de los grandes trabajos de lingüistas, literatos, etnohistoriadores, historiadores, antropólogos, artistas plásticos…, que han tomado lo indio de Venezuela como materia central de sus preocupaciones. Se me viene a la mente aquella hermosa reflexión poética del gran Lord Byron: Augusta Atenas, ¿dónde están tus grandes hombres desaparecidos? Centelleando vagamente a través del sueño de las cosas que han sido, primeros en la carrera que conducía al fin: la Gloria. Han ganado, han pasado. ¿Es eso todo? ¡Un cuento para colegiales, el asombro de una hora!

El venezolano, como todo ser humano, desea saber. Cuando gente consciente del valor educativo de la televisión reclama mejoras en la programación, lo que está sugiriendo es que los canales dispongan de más programas de esos que se denominan culturales. No es difícil entender lo que se está solicitando y no me parece ocioso que nos preguntemos, por ejemplo, por qué los participantes de ese maravilloso programa de RCTV “¿Quién quiere ser millonario?” tienden a fallar notoriamente en preguntas sobre historia de Venezuela o sobre nuestra cultura popular tradicional… Y más: ¿en qué ha radicado el éxito sostenido del canal cultural Vale TV? Por distintas razones, ahora más que antes, se aprecia un preocupante desconocimiento de lo que históricamente nos pertenece… Tengo la sospecha, entonces, de que el desinterés del venezolano por su pasado es más bien una actitud epidérmica, una cosa de orgullo que se expresa mediante el mecanismo de que “como no sé, no me interesa”.

Tantos siglos discriminando al indio han horadado los sentimientos nacionales en prácticamente todo el espacio americano… y en Venezuela, que no es excepción, no hemos sido, como venezolanos, amigos de los indios. Y deberíamos serlo, tanto de los de ahora como de aquellos a los que la historiografía blanca predominante[1] les cercenó en la tinta los pareceres, e ignorando la estructuración y el funcionamiento de sus culturas, los tildó de flojos, de manganzones, de estorbo…, todo ello a pesar de los aportes que hicieron a la “cultura venezolana” (no obstante el atropello del que fueron objeto, al igual que los esclavos negros) y de su continua presencia en los intersticios más sensibles de nuestra nacionalidad.

En algún momento destaqué la idea de que el indio no sólo debe ser conjugado en pasado, sino también en presente y en futuro, como todo pueblo, como toda etnia, como todo grupo humano, como todo ser humano… Quienes -como individuos, como naciones- así lo han hecho, terminan por tener y fortalecer una percepción de sí mismos que luce más auténtica, con pocas deudas y mucha disponibilidad para el afecto y para el futuro…

Pareciera, sin embargo, que soplan brisas nuevas que están aventando, entre otras cosas, una preocupación por afinar viajes más frecuentes a nuestro pasado, y en este periplo la etnohistoria ha venido jugando papel esencial… Casi que repentinamente el venezolano de estos días ha venido exhibiendo un particular interés por penetrar su haber sido para ver de comprender su siendo… Tanto para apoyar como para rebatir peregrinas afirmaciones que han venido poblando nuestros escenarios políticos, instituciones e individuos, profesionales o no, han tenido que ir críticamente a nuestro ayer para buscar explicaciones. De manera particular, esto se refleja públicamente en la prensa nacional y regional, en programas de radio y de televisión así como en páginas de la Internet, principalmente. Y es interesante, por ejemplo, que no se indague sólo sobre “lo político” sino que la manifiesta necesidad de saber de nuestro pasado orienta la pesquisa hacia otros contenidos del pasado de nuestra cultura, de nuestro ser venezolano…

Es probable que estemos en proceso de dejar de ser un pueblo temeroso de su memoria, de su historia, de su pasado, cualquiera sea la razón de ello… Este momento parecería idóneo para que se dé a conocer -a pesar del desinterés generalizado que hay en nuestro país por la historia- la obra de nuestros grandes pensadores. De hecho, cuando en Venezuela se hable de justicia social, de respeto por los otros, de arraigo, de hermosos sentimientos sin límites por lo que nos pertenece…, se estará hablando, entre muchos otros, de Lisandro Alvarado, Gilberto Antolínez, Augusto Mijares, Andrés Eloy Blanco, Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas, Julio César Salas, Miguel Acosta Saignes, Angelina Lemmo, José Ignacio Cabrujas, Alejandro Colina… Su obra debería ser divulgada; pero no en los términos en que suele hacerse, que es sólo reproducir obras completas, bautizadas en rimbombante acto de presentación para que luego desaparezcan, lo que hace que el desconocimiento sobre nosotros duela mucho más por persistente. Tal vez se requiera de programas masivos de difusión.[2]

Finalizo estos comentarios sobre lo indio de Venezuela, en pasado y presente, llamando la atención sobre tres puntos que tienen carácter de propuesta:

Lo indígena es uno de los contenidos de nuestra historia, cuyo pasado y presente aún tienen validez, entre otras razones porque muchos de sus descendientes conviven con nosotros y son seres humanos.

Quizá sea en la comprensión científica de la permanencia de lo indígena en los períodos siguientes al tiempo prehispánico, donde se descubran aspectos que la arqueología y los cronistas antiguos no han podido decirnos. Un análisis en esta línea significa no sólo un acto de justicia, sino corregir una de las fallas de nuestra historiografía. La documentación de archivo y la revisión, con otras lentes, de la información de los cronistas ofrecen serias posibilidades en este sentido.

Si revisamos críticamente la trayectoria de la política indigenista venezolana, creo que el resultado es negativo, entre otras razones porque muy pocas veces el indígena mismo ha participado en el diseño de su propio destino, teniendo en cuenta que el Estado venezolano podría atender necesidades de salubridad, educación y otros aportes del progreso bien entendido. Afortunadamente, varios indígenas venezolanos han tenido la oportunidad de beneficiarse y apropiarse de las bondades de la historia y de la antropología, ya que algunos misioneros, antropólogos, etnohistoriadores, historiadores y algunas agrupaciones han echado las bases como para propiciar el respeto a las sociedades y culturas indígenas contemporáneas. Adicionalmente funcionarios del Estado han venido entendiendo la necesidad de trabajar conjuntamente, para humanizar la política indigenista y hacerla no sólo idónea sino objetiva.

La diversidad debe ser entendida como un reto a la luz de aquel mensaje de un editorial de la revista Sic, en 1980, de que “un pueblo civilizado es el que sabe hacer su vida y la hace”[3]

Referencias

Meza, Alfredo. 2001. La historia como caja de resonancia ideológica. El Nacional (Caracas, 22 de julio), Suplemento Siete Días, s/p.
Pino Iturrieta, Elías. 1993. Las ideas de los primeros venezolanos. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Strauss K., Rafael A. 1999. Diccionario de cultura popular. 2 vols. Caracas: Fundación Bigott.
Strauss K., Rafael A. 2001 a. El pasado es vivencia. El Universal (Caracas, 06 de octubre), Suplemento Verbigracia, Nº 1, Año V, p. 1.
Strauss K., Rafael A. 2001 b. Por qué los indios… Tal Cual (Caracas, 11 de octubre), p. 13.



[1] Por darle algún nombre a la crónica que se genera en nuestro tiempo colonial y a una buena parte de las obras de carácter histórico posteriores.
[2] Tengo la impresión de que, entre algunos otros medios impresos, El Nacional ha abierto una línea de difusión de biografías que no es despreciable, semejante a aquellas ediciones llamadas populares que asumieron en su momento Pedro Grases y la Fundación Eugenio Mendoza o un Ministerio de Educación que respetaba al venezolano y, por ende, al país. Esas ediciones circulaban -hasta donde sabemos- en todo el país y de una manera prometedora porque dio resultados positivos visibles: desde la editorial a los padres y maestros y desde éstos a los hijos y estudiantes.
[3] “Nuestras contradicciones y los indios” (editorial). Sic (Caracas, febrero de 1980) Nº 422: 54.

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