Breve historia de los estudios del
folklore de Venezuela, por Rafael
A. Strauss K.© Publicado con el título de “El
Folklore”, en: La cultura de Venezuela.
Historia mínima. Fundación de los Trabajadores de Lagoven, Caracas, 1996,
pp. 213-233.
Antecedentes
La
preocupación por saber de lo que ahora entendemos como expresiones culturales
populares, podríamos decir que comienza con la llegada misma del poblador
europeo al territorio que actualmente reconocemos como Venezuela. Los primeros
materiales de indudable interés para aquella área reposan en las obras de los
llamados cronistas, cuyas descripciones recogen un importante acervo de
leyendas, mitos, ritos, creencias, concepciones acerca del universo,
expresiones, usos y costumbres que constituyen importantes fuentes para el
conocimiento de los primeros momentos de conformación de la 'cultura
venezolana'. Para este proceso no es menos importante la documentación de
archivo y los informes de viajeros extranjeros, fuentes igualmente
indispensables para mirar como se va urdiendo la madeja mestiza de la
venezolanidad, en sus generalidades y en sus particularidades, al perfilar el
primer diseño de una parte sustancial de muchas de nuestras actuales costumbres
y manifestaciones festivas, alimentarias, anímicas, literarias que han pasado a
constituir el segmento de nuestra cultura popular tradicional. La Academia
Nacional de la Historia, principalmente, en su serie Fuentes para la Historia
Colonial de Venezuela, ha editado aquellas crónicas de religiosos y funcionarios
españoles; es material de fácil acceso, por los estudios preliminares y los
índices temático y de contenido. En cuanto al acervo documental, archivos como
el General de la Nación y algunos regionales, ofrecen al usuario suficiente
información y guía acerca del contenido de las piezas que poseen. En relación
con los informes de viajeros, diferentes editoriales los han dado a la luz.
Recientemente, la Fundación Bigott publicó La
mirada del otro, una importante selección de estas crónicas en un trabajo
de Elías Pino Iturrieta y Pedro Calzadilla Pérez.
Primera etapa: Lineamientos generales
El
interés por la cultura popular tradicional de Venezuela se inicia de manera
empírica a partir de 1830, con el aporte de los autores que conforman nuestra
literatura costumbrista, criollista, nativista y tradicionalista. Desde
principios del siglo XIX se aprecia una clara vinculación entre aquellas
corrientes y lo que para entonces, y para buena parte del siglo XX, va a
entenderse como "folklore o cuadro
de costumbres", formado por ese complejo mundo de detalles que el
literato entendió y caracterizó como propios y definitorios del 'pueblo venezolano'. La literatura
costumbrista reflejará en sus páginas lo que la ciencia histórica del momento
no había asumido como objeto de interés: la particularidad con la que se van
perfilando pueblos y ciudades en ese complejo proceso decimonómico de
conformación de la nueva sociedad nacional. Es por ello que autores como Pedro
Díaz Seijas ubican el costumbrismo venezolano como puente entre la historia y
la novela y si bien aquel género participa de ambas, va a ser el llamado tradicionalismo, variante del costumbrismo, el género más cercano o,
como apunta Miguel Acosta Saignes, el género más consecuente con la historia.
La preocupación por lo nacional estará, sin embargo, en el criollismo. Uno de sus máximos exponentes es Luis Manuel Urbaneja Achelpohl (1873-1937), de cuyo trabajo dice
Antonio Requena: "Poder recorrer el folklore venezolano sin exóticos
lazarillos de expresión; ser capaz, como lo fue, de bucear en el alma del
pueblo y extraer de allí el caudal inagotable de una ternura típica por la
fusión de razas en su formación y orígenes [...] valorar debidamente las justas
proporciones ambientales, localismo y costumbrismo, para lograr hacerlas
universales...". Achelpohl ensayará los temas: El Criollismo en Venezuela en cuentos y prédicas y El gaucho y el llanero, además de sus
novelas El Tuerto Miguel, La Casa de las Cuatro Pencas y En este país…!. En síntesis: del
costumbrismo se desprenderá una corriente literaria, el criollismo, otra de corte histórico como lo fue el tradicionalismo y una tercera que al
decir de Acosta Saignes, se construye por el esfuerzo para conocer de manera
científica la cultura tradicional del país y que estará formada por los
primeros cultivadores del folklore en Venezuela. Destacan entre estos Nicanor Bolet Peraza (1836-1906) y Teófilo Rodríguez (1846-1915), asiduos
colaboradores de El Cojo Ilustrado. Como literato, el primero de ellos, también
conocido por su seudónimo Abdul-Azis,
se destacó en el campo del costumbrismo y entre sus trabajos más conocidos
están: ¡Agua va!, Los baños de Macuto, El Teatro del Maderero, De Caracas a La Guaira, El misacantano y El señor maestro. El Cojo
(1892-1915) fue la primera publicación venezolana que incluyó, hasta su
desaparición, la materia folklórica con un claro sentido de las
particularidades del término folk-lore y de la disciplina. En
1885, sin embargo, el ambiente intelectual venezolano conocerá las Tradiciones Populares en cuya
introducción su autor Teófilo Rodríguez,
sin utilizar el término "folklore", apunta una serie de
consideraciones que podrían asumirse como una conceptualización. Escribe:
"Sea cual fuere el grado de civilización de un pueblo, ya antiguo, ya
moderno, ora poderoso y rico, ora incipiente y débil, es un hecho que jamás
deja de tener como parte integrante de sus anales, un conjunto de
preocupaciones y creencias tan generalmente arraigadas, tan cuidadosamente
conservadas, que llegan por sí solas a formar una como historia especial que
puede subsistir y que, en efecto, subsiste, aun cuando la nación por ese pueblo
constituida, se viere en el transcurso del tiempo transformada, dispersa o
sometida a dominación extranjera...". Es por esta razón que Acosta Saignes
califica a Rodríguez como protofolklorista.
El
iniciador de los estudios folklóricos en Venezuela fue Adolfo Ernst, quien primero en Actas de la Sociedad Antropológica de Berlín
(1889) y luego en El Cojo Ilustrado (1893), publicó una serie de estrofas con el
título "Para el cancionero popular
de Venezuela" que, pensaría Ernst, alguien se ocuparía de estructurar
científicamente algún día. El término folklore queda inscrito por primera vez
en Venezuela por Arístides Rojas en El Cojo Ilustrado. A Rojas se le deben,
asimismo, las primeras teorizaciones sobre esa disciplina y es claro que por la
contundencia de sus declaraciones, seguía muy de cerca los planteamientos que
se hacían en el exterior acerca del folklore, además de sus propias
conclusiones. En sus Obras Escogidas
(París, 1907) apunta: "La literatura popular, cuando se refiere a la
historia íntima de la familia, de la localidad y versa sobre costumbres, usos,
creencias, supersticiones, tradiciones, fenómenos de la naturaleza, dichos,
relatos, cantos populares, adivinanzas, refranes, el porqué popular de todas
las cosas, juegos, augurios, etc., transmitidos de una manera oral de padres a
hijos, de generación en generación, es lo que constituye el ramo de los
conocimientos humanos que se llama Folklore...". Además de esta
conceptualización descriptiva de la disciplina, Rojas propone, en términos
generales, una metodología para "...salvar los materiales del folklore
venezolano...". En el estudio del folklore, escribe, existen dos propósitos
que conducen al folklorista a un mismo fin: el conocimiento de la historia de
un pueblo. "En el uno figura la monografía, la disertación ilustrada.
[...] En el otro camino el folklorista relata simplemente noticias que recoge,
sin entrar en los estudios comparados: hacina y contribuye, por lo tanto, a la
riqueza de la cosecha...".
En
1918, José Antonio Tagliaferro funda Cultura Venezolana, revista
básicamente literaria. A pesar de que hasta 1934, fecha de su desaparición, fue
constante la sección "Folklore Venezolano", su contenido apenas se
corresponde con lo delimitado hasta ese entonces como folklore, debido, quizá,
a la generalidad con la que se justifica el plan de la revista en cuanto a
incluir "...todas aquellas manifestaciones que constituyen el exponente
inequívoco de nuestra cultura...". De Re Indica, la primera revista
venezolana especializada en Ciencias Sociales, entra en circulación en el mes
de septiembre del mismo año que la anterior. Será el órgano de difusión de la
Sociedad Venezolana de Americanistas Estudios Libres y el área de Folklore es
una de sus secciones, lo mismo que la de Etnología en la cual se incluirán
algunos artículos importantes para lo que se entenderá en años siguientes como
folklore. Con su cuarto número, De Re Indica deja de existir y la
preocupación por el folklore, desde entonces y hasta la creación del Servicio
de Investigaciones Folklóricas Nacionales, se hace más bien individual. José E. Machado (1868-1933),
colaborador de las revistas mencionadas, publicará en 1919, Cancionero
Popular Venezolano; en 1920, Centón Lírico, Pasquinadas y canciones, Epigramas y corridos; en 1922, la
segunda edición del Cancionero, además de Cobre viejo y Viejos cantos y viejos cantores.
El 11 de mayo de 1924, presenta ante la Academia Nacional de la Historia lo que
se tiene como la primera disertación sobre folklore. En ese discurso, además de
sus propias consideraciones, no sólo valoriza el trabajo de Arístides Rojas
sino que vincula lo que hasta ese momento era el interés venezolano por el
folklore con el interés que por el mismo existe fuera de Venezuela:
"Señores Académicos: la invasión de nuevos elementos étnicos que la
facilidad de las comunicaciones y el creciente movimiento comercial e
industrial impele hacia estos lugares, llenos de promesa para lo porvenir por
los múltiples dones con que los dotó la naturaleza, tiende a barrer nuestros
caracteres tradicionales e históricos. […] Se impone el deber, que llamaremos
patriótico, de fijar los tipos, usos y costumbres de nuestro pasado, que si no
siempre mejor […] es el primer eslabón de la cadena que nos enlaza al
porvenir...". A Machado le sigue Enrique
Planchart (1894-1953) con su ensayo "Observaciones sobre el cancionero venezolano", que publica en Cultura
Venezolana (1921).
En
la misma década, y desde el interior del país, el presbítero J. M. Guevara Carrera publica en Ciudad
Bolívar Tradiciones populares de Venezuela (1925). En 1930, el crítico Rafael Angarita Arvelo (1898-1971)
publica Poesía popular, Ilustraciones del romancero castellano,
Cancionero y Romancero Venezolano.
Otro cultivador del género, Víctor
Manuel Ovalles (1868-1955), en cuyo concepto de folklore reaparecen los
vínculos con lo literario de finales del siglo XIX. Es autor de Frases
criollas, Más frases criollas, Recuerdos de mi niñez, Llaneros
auténticos, Un andaluz del Llano Alto, Una chilena en Caracas y Mujeres
de aquí, importantes trabajos editados dentro de lo que llamó Colección
de Libros Nacionales para el Pueblo Venezolano. Con Eloy Guillermo González (1873-1950) los estudios de folklore
obtienen clara tendencia científica. El cursillo que dicta en junio-julio de
1939 a estudiantes de Letras y de Historia en el Instituto Pedagógico de
Caracas, dentro de los Cursos Libres de Extensión Cultural, aporta importantes
elementos didácticos. Las charlas y conferencias magistrales de este curso
fueron compiladas y editadas en 1955 en el volumen En la Tribuna y en la Cátedra,
con prólogo de Virgilio Tosta. Acta Venezolana –Boletín del Grupo
de Caracas de la Sociedad Interamericana de Antropología y Geografía– hará su
aparición en 1945. El folklore fue una de sus áreas de interés y ya en el
segundo número Tulio López Ramírez
escribía su ensayo titulado "Estudio
y perspectivas de nuestro folklore". Lo significativo de este
artículo, la valía del grupo editor de Acta
Venezolana –Walter Dupouy, Tulio López Ramírez, José M. Cruxent, Gilberto
Antolínez, Julio Febres Cordero, entre otros– y los vínculos de ésta y de aquél
con el Museo de Ciencias Naturales preparan la transición hacia una segunda
etapa en los estudios del folklore en Venezuela. Es ilustrativa, por ejemplo,
la definición de pueblo que da Ramírez, en el que incluye "...no sólo a
los que llevan un vivir rural, sino también a las clases bajas urbanas y a
aquellas personas que poseen una cultura suficiente pero que en muchos de sus
hechos mantienen un neto carácter tradicionalista..." Son igualmente
significativos los ensayos de Francisco
Tamayo de vincular lo popular con los distintos paisajes biofísicos del
estado Lara y el de Miguel Acosta
Saignes sobre la vivienda rural en la localidad cojedeña de Macapo, ya que
proporcionan un nuevo elemento a las preocupaciones de tipo teórico del
folklore.
Algunas particularidades en la Primera
Etapa
Al
lineamiento general de esta primera etapa podrían añadirse los aportes que al
conocimiento de la producción cultural del pueblo ofrecen en algunas de sus
obras los autores que la preocupación de un importante investigador de nuestro
folklore como Luis Arturo Domínguez ha organizado en un corpus lo
suficientemente completo –que va de 1802 a 1910– de nombres y trabajos, en una
suerte de combinación de aportes esencialmente literarios con algunos de corte
teórico acerca de la materia folklórica. Lo iniciaría Juan Manuel Cajigal (1802-1856) y sus trabajos Contratiempos de un viajero y
Quiero ser representante. De Fermín Toro (1807-1865) su artículo Un romántico. Rafael María Baralt (1810-1860), Los escritores y el vulgo y Lo
que es un periódico. Cecilio Acosta
(1818-1881), además de sus Estudios de Sociología
Venezolana, varios artículos acerca del saber popular. De Camilo Arcaya (1820-1897) El templo de San Clemente, La Virgen de La Paz y La visita del Libertador a Coro. José Ramón Yépes (1822-1891) y su obra
nativista en las leyendas Iguaraya y Anaída. Daniel Mendoza (1823-1867), Un
llanero en la capital, Los muchachos
a la moda y Un gran sarao o las niñas
a la moda. Andrés Aurelio Level
(1835-1893), Las fiestas de la Virgen del
Valle. Francisco de Sales Pérez
(1836-1926) Costumbres venezolanas y Ratos perdidos, además de sus artículos El buhonero, vulgo quincallero; El periodista, El conspirador, El balandrón,
El guapo a sueldo, El inventor de noticias, El gato negro y El petardista. Carlos
González Bona (1837-1911), por su parte, publica en 1903 el importante
trabajo Trescientas cantas llaneras,
reeditado en 1977. Julio Calcaño
(1840-1919), además de sus conocidos e importantes trabajos El castellano en Venezuela y El estado actual de la literatura venezolana,
es autor de las novelas El héroe de Tabasco,
Blanca de Torrestella, El rey de Tebas y Noches del hogar. Eduardo
Blanco (1840-1912), autor de la conocida Venezuela heroica, escribe, además, Zárate, novela con importantes aportes para nuestra cultura
popular. Ramón de la Plaza
(1843-1887) y sus estudios publicados en 1883 bajo el título de Ensayos sobre el arte en Venezuela. Felipe Tejera (1846-1925), quien además
de sus Perfiles venezolanos, Historia de Venezuela, La colombiada, La boliviada y su Manual de
Literatura, tiene dos importantes trabajos costumbristas titulados Un baile y Apuros de un padre de familia. Francisco
Tosta García (1846-1921), con numerosos trabajos costumbristas, de los que
sobresalen Los lunes de Don Rufino.
La
segunda mitad del XIX se inicia con José
María Rivas (1850-1920) y Celestino
Peraza (1850-1930). Algunos de los trabajos del primero, de gran contenido
costumbrista, son: Gaitas marabinas, Costumbres zulianas, Flores de pascua, En boga del río Zulia y Viaje
en Piragua; de Peraza tendríamos Los
piratas de la sabana, El muerto de la
Carata y sus famosas Leyendas del
Caroní. Eugenio Méndez y Mendoza
(1857-1903) escribe Los entierros, Un viaje en tranvía, Una fiesta religiosa, El tendero caraqueño y Los muchachos de Caracas. Lisandro Alvarado (1858-1929), a quien
nos referiremos posteriormente, y otro autor no menos importante, Tulio Febres Cordero (1860-1938), con
obra etnohistórica esencial como La hija
del cacique, Don Quijote en América,
En broma y en serio, Procedencia y lengua de los aborígenes, Mitos y tradiciones y los dos
importantes tomos de Archivos de historia
y variedades. Gonzalo Picón Febres
(1860-1918) tiene en su haber De tierra
venezolana, Libro Raro, Apuntaciones críticas, Nacimiento de Venezuela intelectual y Literatura venezolana del siglo XIX. José Gil Fortoul (1861-1943) ofrece
algunos datos de interés a nuestra área en obras como El humo de mi pipa y El
hombre y la historia. Asimismo, Manuel
Vicente Romero García (1861-1917) con su novela Peonía; Abelardo
Gorrochotegui (1861-1927) con su reconocido trabajo Sebucán y Fernando
Calzadilla Valdés (1862-1954) con su libro Por los llanos de Apure, donde ofrece datos acerca del folklore
llanero. Mención especial, igualmente, merece Pedro Montesinos (1864-1938) cuya recopilación o Cancionero de Montesinos ha merecido
varios estudios de interés y que fue publicado en el número 6 de Archivos Venezolanos de Folklore.
Bartolomé Tavera Acosta
(1865-1931) asume en sus estudios una parte de nuestra geografía, Guayana,
bastante desconocida para ese momento, con obras como Rionegro, Indígenas de
Venezuela, En el Sur y su no
menos famosa Venezuela Pre-Coloniana.
Delfín Aurelio Aguilera (1865-1937)
ofrece en su Memorias de un prócer de la
Federación Boba información interesante sobre costumbres venezolanas y Miguel Mármol (1866-1911) lo hace en
artículos como Los velorios, De visita, Inquilinos caseros, Las
ayudas, Una boda y Revolucionarios urbanos. Otro reconocido
etnohistoriador es Alfredo Jahn
(1867-1940), principalmente por su famoso trabajo Los aborígenes del occidente de Venezuela. Francisco Lazo Martí (1869-1909) destaca por algunos de sus ensayos
sobre costumbres llaneras y, particularmente, por su famosa Silva Criolla. Emilio Constantino Guerrero (1870-1920) asume una parte importante
de nuestros Andes en su reconocido trabajo El
Táchira físico, político e ilustrado; su novela Lucía y Ecos de la patria.
Samuel Darío Maldonado (1870-1925)
con Tierra nuestra y su colección de
artículos científicos, estudios literarios y de costumbres que se editó bajo el
título de Ensayos. Pedro Emilio Coll (1872-1947) ofrece un
reconocido aporte en Gente de Caracas
y La Delpiniada. Pedro Manuel Arcaya (1874-1950) es, igualmente, importante
etnohistoriador con su Estudios de
sociología venezolana, Insurrección
de los negros en la Serranía de Coro y su Historia del Estado Falcón, Tomo I. Santiago Key Ayala (1874-1959) ofrece datos de interés
particularmente en Los nombres de las
esquinas de Caracas y Bajo el signo
del Ávila. Eduardo Carreño
(1880-1954) con su Vida anecdotaria de
venezolanos y Rafael Bolívar
Coronado (1884-1924), autor de la letra del joropo Alma Llanera y de
importantes artículos costumbristas como La
Candelaria, Las tarjetas, Los exámenes y La indumentaria. Rómulo
Gallegos (1884-1969) ofrece una importante novelística costumbrista en Doña Bárbara, La trepadora, Canaima, Cantaclaro, Pobre negro, Sobre la misma
tierra, Reinaldo Solar y El forastero. Luis Correa (1886-1940) con Los
gigantes y diablos, Un día de fiesta
en Caracas y La copa de Florencia.
De
obra igualmente trascendental es Vicente
Emilio Sojo (1887-1974), particularmente por sus recopilaciones musicales
infantiles recogidas bajo el título de Cancionero
popular del niño venezolano. Lucas
Manzano (1888-1966) con su Álbum
gráfico de Caracas, Tiempos viejos
del Caracas antañón, Crónicas de
antaño, Aquel Caracas, La ronda de Anauco y Caracas de mil y pico. Leoncio Martínez, Leo (1889-1941),
particularmente por sus producciones teatrales los sainetes Salto Atrás y Mis otros fantoches. José
Rafael Pocaterra (1889-1955), por La
casa de los Ábila y Tierra del sol
amada, principalmente. Francisco
Pimentel o Job Pim (1890-1942), por sus famosos trabajos Apodos, piropos y bollos; Tipos y cosas que desaparecen, Comidas criollas, Fiestas varias, Enciclopedia
espesa, Graves y agudos y Memoria de un sinvergüenza. Agustín García (1892-1960), importante
representante del costumbrismo falconiano de la Sierra de Coro con sus obras Urupagua, Farallón, El Fin-Fin, Terciopelo y La Candelita. Angel S.
Domínguez (1895-1963), principalmente por Leyendas de Coro, Cosas de
loco, La mojiganga, El haitón de los coicoyes y El difunto. Teresa de la Parra (1898-1936), por sus famosas novelas Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca. Juan
Bautista Plaza (1898-1965) contribuye, principalmente, con quince cantos en
el folleto editado hacia 1946 bajo el título de Cancionero popular del niño venezolano (1 y 2 grados). Con Arturo Hellmund Tello (1898-1958)
regresa al escenario de nuestra cultura popular el interés por la literatura
indígena con sus trabajos En el bajo
Orinoco, Leyendas indígenas parianas,
Antara-jú, Kai-hai-mal, Leyendas
indígenas del bajo Orinoco, Luces y
sirenas y Leyendas indígenas guajiras.
A Santiago Hernández Yépes
(1898-1978) debemos el interesante trabajo La
gaita zuliana.
Dentro
de esta primera etapa, el nuevo siglo lo inicia José Antonio Calcaño (1900-1978) con dos importantes trabajos: Contribución al estudio de la música en
Venezuela (1958) y La ciudad y su
música (1958). Mariano Picón Salas
(1901-1965), importante pensador de nuestra historia cultural, ofrece, entre
otras obras, Viaje al amanecer; Pedro Clavel, el santo de los esclavos y
una serie de trabajos relacionados directa o indirectamente con nuestro
folklore. Antonio Reyes (1902-1973)
escribe Los Tres Reyes Magos eran blancos
y eran persas; Matrimonio, ambiente y
rito y Humanidad de los mitos. De
la obra de Antonio Arráiz
(1903-1962) destaca para nuestro tema Tío
Tigre y Tío Conejo. Ramón Díaz
Sánchez (1903-1968), escribe Mene,
Cumboto, Borburata, entre otros, y Manuel
Felipe Rugeles (1904-1959) ofrece un importante aporte de cultura regional
en Lo popular y folklórico en el Táchira.
Alberto Arvelo Torrealba (1904-1971)
contribuye de manera importante con Música
de cuatro, Cantas, Glosario al cancionero, Caminos que andan, Lazo Martí vigencia en la lejanía y la muy famosa obra Florentino y el Diablo. Arturo Briceño (1908-1971), por su
parte, ofrece al cuadro su novela Balumba
y los cuentos Indiana, Conuco, Pancho Urpiales, Puebleña,
Tabardillo y La Maluca. Y, para finalizar, Julián
Padrón (1910-1954) con sus cuentos Candelas
de verano, Parásitas, Fogata y sus novelas Madrugada y La Guaricha.
Segunda etapa
La
creación del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales, que funcionó
en el Museo de Ciencias Naturales de Caracas a partir del 9 de febrero de 1947,
es el hecho institucional que inaugura una segunda etapa de los estudios de
folklore en Venezuela. Se oficializa por Decreto Nº 430 del 30 de octubre de
1946 de la Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela.
El mencionado Decreto consideraba que dado "que no existe en el país un
organismo técnico que se encargue de las actividades folklóricas nacionales e
igualmente de conservar el rico acervo de tradiciones populares venezolanas… Artículo
1º Se crea como dependencia del Ministerio de Educación Nacional, adscrito
a la Dirección de Cultura, el Servicio de Investigaciones Folklóricas
Nacionales que se ocupará de estudiar, recopilar y difundir las diversas
expresiones del arte y literatura populares constituidas por leyendas,
narraciones, episodios, mitos, tradiciones, refranes, creencias, poesías,
anécdotas, rondas, danzas, canciones, alegorías, indumentarias, música, etc.,
de carácter venezolano. Artículo 2º Para atender a los gastos de
instalación y funcionamiento del Servicio […] hasta el 30 de junio de mil
novecientos cuarenta y siete, se rectificará el Presupuesto de Gastos del
Ministerio de Educación Nacional por la suma de cuarenta y cinco mil bolívares
(Bs. 45.000), que se pagará con cargo al Capítulo de Rectificaciones del
Presupuesto. Artículo 3º Por Resolución del Ministerio de Educación
Nacional se determinará la organización del Servicio […] El Despacho de
Educación ha procedido a la inmediata organización del mencionado Servicio,
nombrando director del mismo a Juan
Liscano, conocido escritor, poeta y folklorista, figura distinguidísima de
las nuevas generaciones literarias de Venezuela". (Gaceta Oficial, Año LXXV, Mes 1, Nº 22.148, Caracas, miércoles 30
de octubre de 1946). El Servicio quedó, entonces, estructurado con una
Dirección, Secretaría y las secciones de Musicología, Folklore General y
Archivos de Cinematografía y Fotografía. De la primera sección se encargaron Luis Felipe Ramón y Rivera y la
musicóloga argentina I. Aretz y se nutrió
con los resultados de la primera misión investigativa, en el estado Falcón, en
marzo-abril de 1947 y con las colecciones donadas por Juan Liscano y Abel
Vallmitjana. Las otras dos secciones contaron como acervo inicial con un
importante material donado por Rafael
Olivares Figueroa, Luis Arturo
Domínguez, Liscano y el Cancionero de Montesinos que sus familiares
entregaron al Servicio. Asimismo, se comenzó la adquisición y catalogación de
instrumentos musicales de nuestra cultura popular tradicional con miras a la
fundación de un museo.
El
mismo año de su creación el Servicio edita su órgano de difusión, la Revista
Nacional de Folklore, primera publicación venezolana especializada en
esa materia y de la cual sólo se editaron 2 números. El tercero, impreso en
enero-junio de 1948 "no pudo ser distribuido en acatamiento a una orden
emanada del Ministerio de Educación Nacional, por motivo de índole
política", ha escrito Luis A. Domínguez. Abel Vallmitjana, Francisco
Carreño, José M. Cruxent, Miguel Cardona, Víctor M. Ovalles, Luis
Felipe Ramón y Rivera, Rafael
Olivares Figueroa, Juan Pablo Sojo,
Pedro Grases, Luis Arturo Domínguez, Isabel
Aretz son algunos de los nombres de los nuevos estudiosos del folklore
venezolano que, bajo la dirección de Juan
Liscano, ofrecerán los resultados de sus respectivas labores que se
caracterizaran, en su primer momento, por la mera recolección de datos. En
cuanto al nivel teórico, es importante el aporte de Olivares Figueroa en
relación a la palabra pueblo a la que da "...más que el sentido
etimológico de la antigua lengua anglosajona folk o vulgo, el del latino
populus, en su nata acepción, esto es, en cuanto comprende en sí todas las
clases sociales; convencido de que el folklore no es privativo de un estrato
social, sino que fluctúa, en proporción mayor o menor, en periódicas
evoluciones, a través de todos; siendo una de las razones que nos han llevado a
servirnos, con las obligadas precauciones, de una documentación, sobre todo
oral, procedente de individuos de cultura y condición varia, lo que en cada
caso revela el léxico...". A 1950 corresponde otro aporte significativo
que ofrece Juan Liscano en Folklore y Cultura: "En
realidad siempre ha habido folklore […] El folklore es el conocimiento por
comunión que tienen siempre determinados grupos humanos, en contraposición con
el conocimiento por distinción...". Otra de sus reflexiones más
significativas es su crítica al exceso de recolección, característica ya
señalada por Tulio López Ramírez. Liscano fue contundente: "El mero recopilador
de datos folklóricos y, desgraciadamente, son los más, no debe aspirar a la
denominación de folklorista, si queremos conservar alguna dignidad para este
término. Es menester, para comprender el folklore, una firme base de conciencia
histórica, un minimun de conocimientos intelectuales y cierta sensibilidad
humana. Con tristeza apuntamos que muchos de los llamados folkloristas, no son
sino verdaderos albañiles recolectores, peones del pensamiento, carentes del
más elemental sentido de la cultura y escudados detrás de un método más o menos
feliz de clasificación...". Estas palabras revelan lo que comenzó a ser
característico de los estudios del folklore venezolano. Durante este período va
a producirse la primera muestra nacional pública que como un compendio del
folklore nacional o "Fiesta de la Tradición" se presentará en el
Nuevo Circo (17-21.2.1948) con motivo de la toma de posesión del presidente
Rómulo Gallegos.
Otra
actividad muy importante es el curso de Introducción
a las Técnicas de Investigación Folklórica que dicta en castellano el
profesor Stith Thompson (University
of Bloomington, Indiana), en el Liceo Fermín Toro, Caracas, entre el 25 de
agosto y el 20 de noviembre de 1947. Al decir de Acosta Saignes, este curso
"Orientó a muchos, puso orden en las ideas de otros y sembró inquietudes
por el rigor clasificatorio y el tratamiento científico en los materiales, así
como por la sistematización de los trabajos de campo...". Thompson,
además, fue el redactor del Programa para
la Organización Interna del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales.
En 1949 Francisco Carreño asume la
dirección del Servicio, que desde el 1 de julio de 1953 va a denominarse
"Instituto de Folklore". Antes de ello, tenemos otros elementos
significativos de las últimas expresiones, quizás, del tratamiento científico
con el que se afrontaba el estudio del folklore en Venezuela; son ellos, la
aparición de los Archivos Venezolanos de
Folklore, de la Cátedra-Seminario de
Estudios Folklóricos fundada por Olivares Figueroa en la Universidad
Central de Venezuela (1948) –anexa a la Facultad de Filosofía y Letras– y la
creación del Departamento de Historia,
bajo la dirección de José Antonio de
Armas Chitty. Estos últimos pasan a formar parte del Instituto de Antropología y Geografía, fundado en 1949, el cual
editará los cuatro números de Archivos
bajo la responsabilidad de Ángel
Rosenblat, Miguel Acosta Saignes
y Rafael Olivares Figueroa.
Otros
aportes en la década de los cincuenta merecen somera referencia. El primero, de
carácter individual, es el que hiciera Luis
T. Laffer a la incipiente filmografía y discografía folklórica venezolana.
Sus grabaciones, casi un centenar, recogen música indígena, criolla y temática
como: "Bolívar Cantado por su Pueblo" y "La Historia y Política
en el Folklore Venezolano". En realidad esta es la única colección
discográfica conocida grabada in situ de la música tradicional venezolana. El
otro aporte lo representa la primera gira nacional de El Retablo de Maravillas. Se trató de un movimiento de corte
popular-nacionalista fundado por Manuel
Rodríguez Cárdenas, funcionario del área cultural del Ministerio del
Trabajo, con más de 1.000 jóvenes trabajadores. Asume como su repertorio danzas
y representaciones populares de Venezuela que fueron mostradas en giras en
prácticamente todo el país. De hecho, esta experiencia será la segunda muestra
nacional de una parte de nuestra cultura tradicional. Y por último, entre 1953
y 1955, se publican póstumamente 3 importantes trabajos de Lisandro Alvarado: Glosario de Voces Indígenas de Venezuela,
Glosario
del Bajo Español en Venezuela (Primera
Parte) y Glosario del Bajo Español en Venezuela (Segunda Parte). Alvarado fue un estudioso que, a lo largo de su
vida, siempre estuvo conciente del significado histórico de la recolección de
datos que ofrecen al investigador contemporáneo pautas seguras sobre nuestro
quehacer popular. La concepción de su propio trabajo no deja lugar a dudas
acerca del destino que quiso darle a sus consideraciones: "Escribimos –dice–
no para los sabios, sino para los hombres consagrados a las faenas agrícolas y
pecuarias, alejados por lo común de toda fuente de información...".
Tercera etapa
Poco
después de la edición de Archivos Venezolanos de Folklore,
aparecerá el primer número del Boletín del Instituto de Folklore, con
el nuevo nombre del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales, ahora
bajo la dirección de Luis Felipe Ramón y
Rivera, cuya concepción del folklore y de su estudio signará en buena parte
el trabajo en dicho Instituto. En este Boletín, cuya publicación dura hasta
1955, se incorporan nuevos nombres: Pilar
Almoina de Carrera, Miguel Cardona,
Gustavo Luis Carrera, Abilio Reyes. Mientras los esposos
Carrera se ocupan del folklore literario, Miguel Cardona se especializa en el
folklore material (sus trabajos están recogidos en un libro póstumo: Temas de folklore) y Abilio Reyes en las
danzas y fiestas populares. En mayo de 1968 circula el primer número de la Revista
Venezolana de Folklore –segunda época– como órgano del Instituto de
Folklore dependiente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, y que a
partir del 29 de diciembre de 1971, mediante Resolución Nº 187 de la
Presidencia del Inciba, cambia su nombre por el de Instituto Nacional de Folklore, con las secciones de
Etnomusicología, Literatura Oral, Danzas, Folklore Material y Folklore Anímico.
En su revista, de la cual circulan cuatro números, se publican trabajos de
varios estudiosos de todo el país. En 1971, se crea el Instituto Interamericano de Etnomusicología y Folklore, dirigido
por Isabel Aretz hasta 1985 y en 1972, el Museo
Nacional de Folklore. Para la capacitación, principalmente de docentes, en
las áreas de folklore, funcionará el Centro
de Formación Técnica (Cefortec), 1972-1977). Isabel Aretz, en su Manual de Folklore Venezolano, ve en el
folklore la cultura empírica del pueblo transmitida por vía oral; afirma que
"Los hechos folklóricos, no importa su origen, tienen una individualidad
inequívoca y forman un paquete cultural, como los que se distinguen en
Etnografía cuando se estudian las culturas indígenas...". Esta visión
sincrónica y descriptiva es la que va a caracterizar los estudios del folklore.
A pesar de esto, el interés por lo popular durante la década de 1960 no va a
estar supeditado a esta institucionalización, que el Estado venezolano
consolida en los entes arriba mencionados para el estudio del folklore. A lo
largo de la década y extendiéndose hasta 1985, se va a dar una serie de hechos –que
van a ser respuestas críticas, mas no conectadas entre sí– al estancamiento en
el que en definitiva estaban siendo atrapados los estudios del folklore en
Venezuela. Para decirlo en palabras de Miguel Otero Silva (1979): "...el
folklore se ha circunscrito a su condición de materia de estudio [...] Nosotros
creemos firmemente que, en tanto los museos, las bibliotecas, la radio, la
televisión, el cine, el teatro y el folklore existan al margen del pueblo, de
los barrios, de la provincia, en tanto no se le adjudique al pueblo su papel
creador, nuestros organismos estatales de cultura no sobrepasarán los límites
burocráticos ni dejarán de desenvolverse como estériles laboratorios...".
Una
muestra representativa de aquellos hechos debemos comenzarla con el Congreso Cultural de la ciudad de Cabimas,
celebrado en diciembre de 1970. Si bien su temática no se refirió
específicamente a lo folklórico, las ponencias y resoluciones sobre la
situación social, económica, política y cultural discutidas en él van a
suministrar elementos objetivos que se retomarán, años después, en una
discusión todavía vigente, sobre cultura popular en general y sobre cultura
popular venezolana en particular. En junio de 1976, se celebra en Tovar, el Primer Encuentro de Organismos y
Trabajadores de la Cultura del Occidente del País; en diciembre de 1977,
tuvo lugar en Barquisimeto el Encuentro
por la Defensa Nacional de la Cultura "Aquiles Nazoa", cuya
célebre frase "Creo en los Poderes Creadores del Pueblo" –lema del
evento– va a fungir de guía en éste y muchos otros eventos nacionales y
locales, entre los que sobresalen el Encuentro
de Calabozo y el Encuentro Nacional
Estudiantil y de Trabajadores de la Educación celebrado en Mérida entre el
1 y el 4 de junio de 1978. En mayo del mismo año, se da en el Zulia el Encuentro de Maracaibo y en julio se
instalan en Barquisimeto las Primeras
Jornadas Nacionales de Antropología Crítica. El 17 de julio de 1979 se
inaugura, en Caracas, la Primera Jornada
sobre "El Indígena y la Identidad Nacional". En abril de 1980, en
un acto de calle celebrado en Caracas, se da a conocer la Fundación Nacional de la Cultura Popular, que luego será
transformada en Federación. A los años iniciales de esta década de los setenta
corresponde la fundación de agrupaciones musicales y de investigación –que se
denominarán con el genérico de Grupos de Proyección– de las que destacan
Serenata Guayanesa (Ciudad Bolívar), Alma de Lara (Barquisimeto), Convenezuela
(Caracas), Luango (San Felipe), Experimental y Folklórico Madera (Caracas),
Candela (Maracaibo) y Un Solo Pueblo (Caracas).
Hacia
finales de mayo de 1981 se anuncia la celebración de las "Jornadas de la Cultura Negra"; para
noviembre de ese año se prepara el "Festival
de la Otra Cultura", en el Parque del Este, Caracas, y ese mismo mes
se celebra el Primer Seminario de Promoción
Cultural y Comunicación Alternativa. Los Encuentros Nacionales de Animadores Culturales-Plan Sebucán y el Primer Congreso Interamericano de
Etnomusicología y Folklore fueron eventos organizados por instituciones del
Estado Venezolano en 1983. Su importancia histórica estriba en que la tendencia
de la mayoría de las ponencias y, sobre todo, de las conclusiones de los
trabajos de mesa, van a destacar la característica marcadamente descriptiva de
los estudios de folklore y el eventismo en el que cayera lo que se denominará
la "Cultura Popular Oficial". A esta tercera etapa corresponde una
importante incursión en el campo de la cultura popular, en 1981, de la empresa
privada, concretamente la Fundación Bigott, que a partir de entonces
desarrollará una labor significativamente trascendental para la cultura popular
tradicional de Venezuela.
Cuarta Etapa
Por
resolución del 20 de junio de 1985, el Consejo Nacional de la Cultura crea la Comisión Reestructuradora del Instituto
Interamericano de Etnomusicología y Folklore, del Instituto Nacional de
Folklore y del Museo Nacional de Folklore, integrada por José M. Cruxent,
Erika Wagner y Rafael Strauss K. Como resultado de una exhaustiva
investigación, la Comisión recomendó a la Presidencia del CONAC la unificación
de los tres entes en lo que se denominaría "Centro para el Estudio de las Artes y Tradiciones Populares".
Hacia finales del mismo año se tuvieron noticias de la creación de "Fundamos" o Fundación "Miguel Otero Silva", una de cuyas áreas de
interés fue la cultura popular. Por la misma época, el profesor Rafael Strauss
incentivaba la creación del Centro
Documental de la Cultura Popular,
Cedocupo, en la Universidad Central de Venezuela (Escuelas de Historia y
Educación, principalmente). El Ateneo de Caracas, Fundarte y la Universidad
Central de Venezuela, principalmente, de manera independiente, enriquecen esta
etapa con la celebración de una serie de jornadas significativas en las que se
discute lo que se comenzó a categorizar como cultura popular urbana. Bajo esta
expresión se cobijará todo un movimiento representado por las propuestas del Afinque de Marín, el Movimiento de Resistencia de La Pastora y
San José y el Experimental Caricuao
y numerosas tesis de pregrado, principalmente en la UCV. Uno de estos trabajos,
el más importante en su género en los primeros años de la década de los
ochenta, es el de Juan Carlos Báez (Escuela de Historia-UCV, tutoreado por
Rafael Strauss, que en 1985 recibió Mención Honorífica del Premio Municipal de
Investigación Social, y que es editado en 1989 con el título de El vínculo es la salsa, por el Grupo
Editor Derrelieve.
En
el primer semestre de 1989 la Dirección de Cultura-UCV instala la Cátedra de Cultura Popular Miguel Acosta
Saignes. Estas y otras expresiones, tanto nacionales como regionales, son
eventos aislados, desaprovechándose los logros obtenidos en el período que en
algún momento denomináramos como el boom de la cultura popular, nacido en 1976
y que en 1986 comienza a decaer. La actividad oficial en el campo de la cultura
popular prácticamente desaparece. Hacia los últimos seis meses de 1994 ocurre
lo que se conoció como auge venezolanista, un espurio movimiento nacionalista
espontáneo que se condensó en la frase "Soy solidario con mi País" y
que en la práctica se tradujo en pegar calcomanías con la bandera de Venezuela
en todas las superficies posibles, principalmente en los medios de transporte y
hasta las tablas de surf tuvieron la suya. Las emisoras de radio, las
televisoras, las tiendas de discos, los centros nocturnos de las grandes
ciudades… se llenan de Venezuela en un fenómeno que el periodista Guillermo
Tell Troconis muy atinadamente calificó con la expresión "Venezuela está de moda". La
difusión y el estudio de nuestra cultura popular tradicional prácticamente ha
sido asumido por la Fundación Bigott, institución de carácter privado que desde
1981 no ha abandonado el compromiso que decidió establecer con la expresión
cultural del pueblo venezolano, la que ha sido ciertamente dignificada –de
manera especialmente notoria gracias a su Gerente General el escritor Antonio
López Ortega y su equipo– a través de la edición de libros sobre el tema, de la
prestigiosa Revista Bigott, de la Serie Encuentro Con…, de la atención a
importantes proyectos de investigación y de la actividad cada vez más
importante de sus Talleres de Cultura
Popular. Del 27 al 30 de mayo de 1996 esta fundación y el Departamento de
Lengua y Literatura de la Universidad Simón Bolívar organizaron el Simposio
sobre Cultura Popular titulado "Venezuela:
Tradición en la Modernidad", cuya trascendencia ha sido innegable,
entre otras razones porque dejó la sensación de que se había creado un nuevo
piso, quizá más sólido, para un mejor crecimiento de las bondades del estudio y
la difusión de nuestra cultura popular tradicional.
Información
en Internet
Citado
por Francisco Javier Pérez en “Un diccionario en negro. El lexicógrafo Juan
Pablo Sojo”, Strauss K., Rafael A. “El folklore”. En: La cultura de Venezuela. Historia mínima. Caracas: Fundación de los
trabajadores de Lagoven, 1996, pp. 213-233. en
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